lunes, 25 de junio de 2018

al borde del canal


Estaban ahí, sobre el canal,
flotando en un punto indefinido del agua,
sin prometer partir hacia ninguna parte, 
dejándose llevar por la inercia 
de este caluroso medio día, 
un par de cisnes instalados 
en el centro de la primavera,
dedicados a lo que la estación 
les pide cada año; parir sus crías,
cuidar de ellas, darles el alimento de cada día.

La sombra de los árboles se mece en el agua,
los cisnes pequeños se acercan a la madre,
el padre está alerta, se acerca al borde del canal, 
por si las dudas, y me toma desprevenida,
sin pan en los bolsillos, sin bolsas llenas de migas,
sólo con el ojo de la cámara del iphone. 

Apenas me acerco, no quiero ilusionarlos 
con migas de pan que ahora no tengo. 
Sólo vengo a robarles una imagen, 
apenas un “momento detenido en el tiempo”, 
una bella imagen de lo que son o de lo que parecen ser; 
lejos, muy lejos de lo que realmente son; 
ese respirar continuo, ese aleteo de alas al viento 
(¿cuántas veces por segundo?) 
ese atravesar las aguas, las estaciones, 
los tiempos que se expanden a través de los hijos.

No traigo pan y lo lamento; sólo el ojo frío de mi cámara, 
y a veces, pienso: no quiero ser esto, 
una imagen en Facebook, una sonrisa en WhatsApp, 
una mirada en Instagram. Me resisto a serlo, 
pero honestamente, también lo soy. 

¿Quién se escapa? ¿Quién se salva de serlo?
Soy, en parte, una imagen, 
como la foto del cisne que me llevo a casa.
Pero me resisto a ser “sólo esto”, 
una mirada detrás de una pantalla, 
y por eso no dejo escapar el momento de abrazar, 
el bendito momento de decir: te quiero. 

Y no me privo de gozar del ritual del café cara a cara 
con alguien a quien aprecio. 
Tocar, abrazar, respirar, sentir el viento en la cara,
la tensión de los muslos al caminar, 
la respiración agitándose con cada paso, 
la mirada sobre el verde de los bosques 
o en la aparente quietud del lago. 

Acepto, asumo y convengo con internet ser por momentos, 
sólo lo que puedo ser a través de su pantalla; 
una minúscula parte de mí, una minúscula representación 
de tiempo y lugar que se traslada, casi que por toque de magia, 
en una décima de segundo de un lugar a otro.