Como si la hubieran decapitado en pleno cielo,
había desaparecido de golpe, y, sin embargo,
era sólo una apariencia, un juego de la niebla.
En cuanto empezó a despejarse,
la torre de la iglesia estaba ahí,
con su fortaleza milenaria,
asomándose igual que el sol,
un día más, y el campanario allá en lo alto,
resonando las primeras campanadas.
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