miércoles, 7 de abril de 2010

tulipanes

Corro descalza. Atravieso un campo tapizado de tulipanes.
Siento cómo el aire fresco se agita en mis pulmones, despojándome. Olas gigantes de pétalos rozan mi cuerpo mientras danzo con ellas, y en las manos me van quedando las marcas de distintos besos. Son besos de colores; rojos, azules, violetas, naranjas y amarillos, besos que se mecen con el sonido del viento, y me arrancan suspiros, y saltan por todas partes, y se me vienen encima con esta primavera donde todo vuelve a abrirse otra vez; especialmente, el cielo. Un cielo que de tan azul parece el fondo del mar, y en lugar de peces, uno ve golondrinas nadando allá arriba. Desde aquí, sus alas se ven como un par de cejas gigantes que vuelan y vuelan hacia el infinito. Y yo, empiezo a girar y a girar hasta dejarme caer entre los tulipanes. Y desde allá abajo, tendida entre miles de tallos verdes, contemplo la caída de una gota de rocío que se desprende de un pétalo amarillo, y cae sobre mi nariz, y rueda por la pendiente de mi cuello hasta escurrirse dentro del escote de mi vestido. Vuelvo a levantarme de la tierra, y empiezo a correr y a bailar otra vez, tarareando bajito un vals criollo que siempre cantaba mi abuela. Y mientras danzo, mis cabellos se agitan, dibujan ondas en el aire, y se van transformando en alas que revolotean entre las flores, ansiosas por emprender un alto vuelo. Despego los brazos, cierro los ojos, recibo los dedos del sol tamborileando en mi cara, y siento que en la planta de los pies, la piel se abre; es una herida, es una sonrisa que empieza a parir raíces nuevas.

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