martes, 20 de julio de 2010

en los bosques de finlandia

 En medio del bosque, una frutilla diminuta. Las copas de los árboles se veían como manos abiertas pidiéndole algo al cielo. Y el sol derramaba entre aquellos dedos larguísimas cintas de luz. En pleno verano las noches se toman vacaciones en estos países nórdicos, y el sol reina todo el día ocultándose apenas a la madrugada. Aquella frutilla, salpicada de rocío, parecía moverse sutilmente entre las hojas bajo la luz de la tarde. ¿Acaso la estaba imaginando? No. Era tan real como en los sueños. Cerré los ojos y la sentí en la boca despedazándose en mil sabores tan intensos como caricias a la hora de la siesta, y la lengua alegre haciéndose un festín en medio del bosque donde no había ni un alma en pena; sólo un reno me observaba desde lejos. Curiosamente no le tuve miedo y creo que él a mí, tampoco. Un estado de armonía suspendido en el vértigo de esa cuerda floja llamada tiempo reinaba en aquel sitio.

¿Cuánto más duraría aquel recobrado paraíso?

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