lunes, 20 de marzo de 2017

El hipopótamo amarillo



Sábado de lluvia. Desayuno con Fabrizio. Queso, pan, leche, café, pasta de maní y miel sobre la mesa. Una vela encendida, al lado de una pequeña vasija de cerámica, llena de agua. Unas margaritas, que Fabrizio había recogido para su padre el día anterior, todavía flotan en el agua. La lluvia no se detiene, las horas tampoco, el lavarropas gira y gira coma la rueda gigante del Parque Rodó. 

Un libro de poemas de Circe Maia abierto sobre mis rodillas, mientras Fabrizio pinta en silencio y con  buena concentración un hipopótamo amarillo. Sus ojos se zambullen en ese mundo de verdes, azules y amarillos, nadando con entusiasmo y dedicación. Interrumpo la lectura un segundo, miro los globos y la torta que Fabrizio acaba de dibujarle al hipopótamo para su cumpleaños, “hoy cumple cien”, me dijo, abriendo los ojos a más no poder. 

“¿Dónde está papá?, me preguntó luego, “de viaje”, le respondí, “¿y cuándo vuelve?”, “en unos días”.

El hipopótamo amarillo se enfermó y tuvimos que llevarlo al hospital. Un grupo de abejas se reunió a contar cuántos pétalos tiene una flor. Una mariposa voló tan alto que alcanzó a tocar la sonrisa del sol; todavía está escondido entre nubes y lloviznas. Con gotas de poesía y dibujos la lluvia se pasa rápido, y la tarde se impregna de colores, de aventuras de animales, y del sabor de otro café que acabo de preparar. 

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