martes, 25 de septiembre de 2018

poemas de emigrante



II

El presente se cruza con el pasado.
Apenas los separa 
la fragilidad de una mirada.

Mi hijo y sus primeras lecturas en holandés,
“Daan is daar”,
me devuelve a aquel tiempo, ¿lejano?

Las galletitas María 
con dulce de leche
en la casa de la abuela Chela.

Los jazmines del abuelo Ciro
cortados de su jardín
y puestos sobre la mesa.

Los juegos en el patio de la escuela:
a la mancha, a la escondida, a la rayuela.

La memoria une 
lo que aparentemente se disgrega:
mares, épocas, lugares, personas,

que ya son parte de mis huesos,
y me dan alas para atravesar
sombras y silencios.

Soy un mapa atravesado 
por la gente que me abraza
con sus miradas, 

o que me cuestiona con sus palabras
y me obliga a pensar:
¿Qué estoy haciendo? ¿Hacia dónde voy?

¿En qué persona me quiero transformar? 
Sigo moldeándome como la tierra húmeda,
después de la caída de la lluvia.

Rehaciéndome un poco aquí, un poco allá. 
Asumiendo las dos tierras, 
la de origen y la de raíces nuevas. 

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