miércoles, 3 de julio de 2019

Los tres caminantes



                                                      
                      © Tim Waldekker van Giantific. Photo by: @giantific


Y se largaron a caminar. 
Una tarde de agosto, el sol se derretía 
sobre los campos de Escocia, salpicándolo de púrpuras. 
Las nubes parecían volcanes invertidos, 
apuntándolos desde arriba. 
Sobre el horizonte, las colinas como 
bálsamo o una caricia, 
los impulsaban a atravesar el camino.
¿Cuántos aciertos después de tantas caídas? 
Un globo en el cielo se alza como una brújula. 
Los tres caminantes no saben hacia dónde van 
pero ya no dudan de dónde vienen,
y tienen claro adónde no quieren volver. 
Ya no quieren perderse en el viejo atajo 
en el que se lastimaron tantas veces. 
El horizonte promete algo desconocido
a cada paso que dan, a fuerza de aliento, 
respirando hondo buena voluntad,
se deciden a recorrer el camino sin acortarlo,
en ese agosto de cielos púrpuras, 
y cantos de pájaros escondidos entre los árboles. 
¿Cuántos aromas, cuántos silencios todavía por recorrer?  

Fotografía: © Tim Waldekker van Giantific. Photo by: @giantific
Texto: © Alejandra Darriulat. Dedicado a mi amigo fotógrafo holandés, Tim Waldekker.         

lunes, 25 de febrero de 2019

Rezos cotidianos


Ayúdame a ser parte del viento, 
que fluye en la carretera sin saberse eterno. 
A aceptar mi finita condición. 
No soy Dios. Ni el Universo, ni la eternidad del tiempo. 

¿Qué es el tiempo? No puedo enjaularlo 
como a un triste canario amarillo. 
Sí puedo escuchar su canto 
en cada estación, con los destellos del sol, 
la caída de la lluvia o los reflejos de la luna 
sobre los canales. 

Llegará el momento en que deje de respirar mis versos. 
¿Para qué correr tanta ambición? 
¿Por qué tanta ansiedad para llegar? ¿Adónde?

Que yo pueda danzar mis poemas a la orilla del mar, 
en lo que me quede de aliento. Libérame del ruido 
en el que mi mente se pierde tantas veces, por miedo a morir. 

Ayúdame a aceptar la mujer que soy en mi finita condición.
No seré ni más ni menos que la silenciosa y oculta raíz 
que me espera debajo del árbol. 

Que yo pueda confiar en el tiempo de la siembra,
y que tenga las fuerzas para recoger la cosecha,
antes de entregarme al último abrazo. 


martes, 16 de octubre de 2018

Poemas de emigrante


IV


“Tenían un lugar”
en aquella exposición
de espléndidas fotos.
Con turbantes de colores, 
piel morena empalidecida 
por la falta de sol, y ojos tristes. 


Lejos de África, lejos del sol 
que se esconde detrás de las Acacias,
mientras las cebras y las jirafas dejan sus huellas 
sobre la tierra roja al cruzar los caminos.
Lejos de ritmos, aromas diferentes, 
sabores de otras frutas,
colores y animales de otros paisajes. 


Buscan un lugar donde vivir mejor,
apretados en apartamentos viejos de Amsterdam, 
sin luz, ni gas, ni calefacción.
Nos miran con ojos perdidos
a través de una foto.
Bañeras antiguas desbordadas de ropa
que mujeres con turbantes lavan a mano,
bajo la luz de unas velas. 


Sin luz, ni gas, ni calefacción, 
sombras que se derriten en los muros 
y en el silencio agrietado por la indiferencia.
El invierno holandés 
se filtra por los muros de las casas,
penetra marcos de ventanas
y huesos cansados. 


Buscaban una nueva vida, 
un lugar donde ser,
pero “son” parte de un mural,
parte de una exposición de fotos 
de primera calidad que denuncian
cómo muchos Africanos, ¿viven o sobreviven?
en el “primer mundo”. 


No pretendo “darles un lugar”
ni en las raíces, ni en las hojas
de este poema.
Simplemente, comparto mi impotencia, 
y los abrazo con estos versos. 

domingo, 30 de septiembre de 2018

poemas de emigrante


III

Llueve. 
Soy una gota más entre la gente, 
los árboles, y el gato que me mira
desde el alféizar de una ventana.

Escucho un mosaico de voces
idiomas diferentes que expresan lo mismo: 
un sueño, un deseo, un adiós, 
un abrazo debajo de un paraguas.

Pedaleando en la bici
la lluvia tamborilea
en el piló que llevo puesto.

La ciudad y sus geranios mojados,
huelen diferentes
bajo la tarde gris. 

Me detengo en un café.
Me siento en una mesa
debajo de un toldo.

Pido un té de jengibre 
con una manta 
en las rodillas.

Una niña rubia me saluda 
sacudiendo
una serpentina azul.

Una mujer me sonríe
con un mar de arrugas 
en la cara, y un girasol en la mano.

Dos jóvenes, sentados en una mesa
frente a la mía, huelen una porción
de tarta de manzana, intercambian
unas miradas conmigo, y se sonríen.

Cada uno, a su manera, 
me da la bienvenida
en este día lluvioso.

Y me recuerdan
que soy una parte de ellos,
que soy una gota más de lluvia,
y que nunca fui, ni seré, en ninguna parte,
una extranjera. 

martes, 25 de septiembre de 2018

poemas de emigrante



II

El presente se cruza con el pasado.
Apenas los separa 
la fragilidad de una mirada.

Mi hijo y sus primeras lecturas en holandés,
“Daan is daar”,
me devuelve a aquel tiempo, ¿lejano?

Las galletitas María 
con dulce de leche
en la casa de la abuela Chela.

Los jazmines del abuelo Ciro
cortados de su jardín
y puestos sobre la mesa.

Los juegos en el patio de la escuela:
a la mancha, a la escondida, a la rayuela.

La memoria une 
lo que aparentemente se disgrega:
mares, épocas, lugares, personas,

que ya son parte de mis huesos,
y me dan alas para atravesar
sombras y silencios.

Soy un mapa atravesado 
por la gente que me abraza
con sus miradas, 

o que me cuestiona con sus palabras
y me obliga a pensar:
¿Qué estoy haciendo? ¿Hacia dónde voy?

¿En qué persona me quiero transformar? 
Sigo moldeándome como la tierra húmeda,
después de la caída de la lluvia.

Rehaciéndome un poco aquí, un poco allá. 
Asumiendo las dos tierras, 
la de origen y la de raíces nuevas. 

viernes, 24 de agosto de 2018

poemas de emigrante


I


A veces tan cerca
de una mirada en un café,
de un gesto que me recibe
como si adivinara lo que pienso
y leyera cada uno de mis movimientos,
al elegir un lugar cerca de la ventana.

En frente a mi mesa
una mujer me da las gracias
en otro idioma, inclinando la cabeza,
cuando le alcanzo el monedero 
que se le cayó al suelo. 

Este es el momento y el lugar
donde quiero estar
donde me siento abrazada
contenida
reconociendo
las huellas de aquí
y de allá. 

Sulla riva del canale



Se ne stavano lì, sul canale,
fluttuanti in un punto impreciso dell'acqua,
senza impegnarsi ad andarsene altrove,
mossi dall'inerzia
di quel caldo pomeriggio,
un paio di cigni installati
nel cuore della primavera,
occupati a ciò che la stagione
chiede loro ogni anno; partorire i piccoli,
prendersene cura, nutrirli tutti i giorni.

        Traducción de un fragmento del poema, Al borde del canal: 
        P A T R I Z I A  F I L I A 
            www.deluiaardvrouwe.nl