martes, 13 de julio de 2010

¿la máquina naranja o la celeste?

Un montón de e-mails y de sms recibimos con Chris el mismo día que Holanda y Uruguay jugaron en el mundial. Nuestros amigos holandeses querían saber “por quién íbamos a hinchar”, y algunos nos gastaban bromas diciéndonos que tal vez este fuera el “primer conflicto matrimonial que se nos presentara”. Me hicieron reír mucho, y de esta manera, al principio casi sin darme cuenta, empecé a sentir más de cerca el espíritu popular que se genera a partir del mundial. La verdad es que nunca me apasionó el fútbol ni es de las cosas que más me fascinan hasta el día de hoy. Es más, hasta hace poco, me era indiferente. Me parecía que sólo servía para exacerbar el nacionalismo de los pueblos y que la masa descargaba toda su agresividad en cada partido de una manera muy violenta para mi gusto. Pero en este mundial me detuve a observar (más despojada de prejuicios) todas las pasiones confrontadas que este juego despierta en la gente, incluyéndome a mí. Hasta el punto de que fuimos a ver el partido Holanda-Uruguay a la casa de unos amigos, con las camisetas ¡intercambiadas! Chris, con la celeste y yo, con la naranja. A mí me hubiera gustado que pudieran empatar pero eso no era posible en una instancia como en la del mundial.

Cuando recién llegué a Holanda (casi cuatro años atrás) y me preguntaban en la calle de dónde venía y yo les respondía, soy uruguaya, la mayoría de la gente quedaba boquiabierta y fruncía el entrecejo intentando ubicarse en el mapa. A no ser, los fanáticos del fútbol, esos se sabían de memoria donde estaba Uruguay, gracias a la primera copa mundial que ganamos en los años 30 y luego, gracias al gran triunfo del maracanazo. A mí, sinceramente, apenas me alegraba que identificaran a mi país a través de estos sucesos de la historia futbolística. Me hubiera encantado que me dijeran: “Ah, sí, Uruguay, el país de Horacio Quiroga, de Idea Vilariño, de Juan Carlos Onetti, o de Pedro Figari o de Eduardo Fabini”... por nombrar sólo algunos de los tantísimos talentos que ha dado nuestro país.

En cambio, la semana pasada, cuando les preguntaba a los Holandeses vestidos de naranja: ¿Y, quién gana el mundial hoy, la máquina naranja o la celeste? Me decían muy confiados que iba a ganar Holanda. Pero luego, cuando me preguntaban de dónde era, y yo les decía, de Uruguay... “¿Het is waar?” (¿De verdad?) me preguntaban, poniéndose de todos colores. Claro, es que no somos muchos los uruguayos que vivimos aquí en Holanda y calculo que en Delft ¡es muy probable que sea la única! Entonces, alucinaban pero sabían muy bien quiénes éramos y dónde estábamos ubicados en el mapa; bien al sur, entre dos grandes países, Argentina y Brasil.

Ahora, a cierta distancia de toda esta movida emocional, me pregunto hasta qué punto es tan importante que todo el mundo sepa “quiénes somos y dónde estamos”. Ya que hay muchos pequeños países en África, por ejemplo, que si me detuvieran en la calle para preguntarme en dónde quedan, también me quedaría boquiabierta. Por eso, si bien por un lado me encantaría que nuestra cultura se expandiera más, así como también las miles de culturas que seguramente desconozco, siento que sería bueno que sucediera sin esa carga de patriotismo insoportable que se nos inculca desde niños, y que no nos ayuda ni nos ennoblece en absoluto, sino todo lo contrario. A mí me gustaría que este tipo de efectos sociales tan fuertes como los que produce el mundial, produjera más acercamiento, más unión entre los pueblos, y que ayudara a flexibilizar las fronteras para que todos pudiéramos circular entre los países más libremente, no sólo para ir a ver los partidos del famoso mundial, sino para poder llegar a ser algún día verdaderos ciudadanos del mundo; un mundo que nos permita mantener nuestra propia identidad con dignidad y con tolerancia, vayamos a donde vayamos, y que a su vez, nos facilite la posibilidad de circular en él sin miedos ni resentimientos; un mundo que dé la libertad de elegir el lugar en donde queramos vivir, porque más allá de todo, la tierra es sólo una. Y son más las cosas en común que tenemos los seres humanos (no importa de qué procedencia) que las diferencias que nos separan. Por eso, mi sueño y mi intento de cada día es siempre “volver a empezar de nuevo” y acercarme un poquito más, en lugar de alejarme. Soy un ser humano como todos, y estoy aprendiendo a aceptar que a veces me toca perder y otras veces me toca ganar. En lo que respecta a crear un mundo más tolerante, creo que es la responsabilidad de todos nosotros, y que todavía nos falta mucho, pero, estamos en el camino...

2 comentarios:

  1. Ale, sin duda un nuevo artículo lleno de emoción para hacernos reflexionar.

    Lamentablemente estos fenómenos sociales masivos en los que participan los pueblos que se sienten identificados con determinados ídolos nacionales no son fáciles de comprender. Lo importante es que en este caso, a pesar de las rivalidades entre los seleccionados compitiendo entre sí, los pueblos se reunieron de una manera pacífica y la competencia fue amistosa, incluyendo aún a aquellos seleccionados y sus respectivos pueblos que fueron quedando por el camino ya que necesariamente sólo uno de los competidores se llevaría los máximos lauros. Es como festejar y premiar la atávica supervivencia del más hábil, del más diestro, del mejor entrenado. Al identificarse el logro deportivo con su nación, es donde nace el "patriotismo". Sinceramente creo que, a pesar de todo, este tipo de competencias sirve para que las naciones se conozcan más y mejor entre sí y se acerquen emocionalmente aunque aparentemente durante el evento estén en pugna.

    En el caso de los valores artísticos que mencionás, raramente pueden despertar el mismo fervor y sentido de "patriotismo masivo" porque no están compitiendo con sus pares de otras naciones, sino expresándose como individuos, utilizando como medio de expresión el arte que desempeñan.

    Un gran abrazo, Teresita.

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  2. Hola Teresita,

    gracias por aparecerte por aquí!
    Creo que es muy acertado todo lo que decís, y me hace pensar en que cada cosa, cada evento, tiene su propio lugar, su propia importancia, y mientras no caigamos en fanatismos de ningún tipo... es cuando la tolerancia se hace posible.
    No?

    Otro gran abrazo para tí, Ale

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