martes, 19 de septiembre de 2017

retrato a mi amiga L


La noticia resonó como un disparo. No recuerdo si fue en agosto o en setiembre del 2015. Lo que no me olvido es de su última delicada mirada rodeada de lirios. Habían puesto una foto de L en el altar de la iglesia. La había visto muchas veces con esa misma serenidad en el semblante, con ese brillo azul en las pupilas que sostenían la mirada con valentía, sin esquivar los ojos ni los reproches de nadie. 
L era una mujer que se atrevía a decir lo que pensaba y lo que sentía. Nos gustara o no, lo decía. Y lo expresaba con elegancia. La iglesia estaba desbordada de gente que la queríamos mucho. Tuvimos que seguir una fila de más de media hora para mirarla a los ojos por última vez. Cuando me tocó a mí estar enfrente a su foto, una imagen de ella a sus treinta y pico de años, miles de recuerdos me atravesaron en un segundo, como una llovizna de otoño, calándome hasta los huesos, y sentí frío. -¿A dónde va la gente cuando se muere? -me pregunta Fabrizio a veces, y yo me quedo vacía de respuestas. No lo sé. Escribir es una forma de llenar esos vacíos, esas sombras que la gente deja cuando se va. La miré una vez más a lado de sus lirios y le dije que estuviera en donde estuviera, le deseaba paz. L tenía una sensibilidad que me ponía la piel de gallina. Cuando presenté La voz del viento en Róterdam, me dijo: “Quiero comprarte un libro aunque no entienda ni una palabra en español. Lo que salga de una persona como tú, quiero tenerlo. Y ni se te ocurra regalármelo porque me ofendo". Le acerqué un ejemplar en una mañana soleada de mayo del 2014. Empezó a acariciar las tapas del libro, a oler sus páginas. Su mirada quedó prendida de la foto de la tapa que hizo Fernanda Montoro, y me dijo algo así: “Seguro que tu poesía es como este árbol; pequeña, fuerte, luminosa. Ser poeta no es nada fácil. Vas a tener que resistirlo”. Y en eso estoy. Resistiéndolo con serenidad y agradecimiento. El día en que nos despedimos de L había una niebla tan densa que nos abrazaba acercándonos lo que parece tan lejos; el cielo. Durante la ceremonia la sentí parada al lado de mí: pequeña, delgada como una espiga de trigo, con la piel cetrina y los ojos rasgados. Su andar liviano le pedía permiso al aire para desplazarse en el espacio. Unos meses antes de su muerte había caído en las garras de una depresión que no le perdonó la vida. Me mantuve cerca de ella hasta su último respiro. Fui fiel a nuestra amistad hasta el final. ¿Existe el final? Siento cómo sus pasos livianos se prolongan en esta página y escuchan el piano que en este momento me acompaña...

dedicado con amor a mi amiga L que en paz descanse



2 comentarios:

  1. Tremendo desgarro.
    Pura luz, a pesar de hablar de la muerte. Cuánto miedo a nombrarla no?
    Has logrado rodearla de belleza.

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  2. Sí, fue un momento muy duro. Aunque ya pasaron 2 años, lo sigo digiriendo...
    Gracias, ¡muchas gracias por estar siempre!

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