lunes, 7 de junio de 2010

la llegada

Cuando llegamos, nada olía a nosotros. Era necesario descubrir y habitar cada rincón para que se fuera impregnando de lo nuestro. Poco a poco lo fuimos haciendo. Ahora, la casa huele a hogar. Una de las cosas más impresionantes de la mudanza, fue el parto del sofá. Al principio, unos amigos nuestros y Chris, intentaron subirlo por la escalera, pero aquel intento no resultó exitoso porque el sofá era más ancho. No hubo más remedio que “hacer cesárea”, y lo entramos por el ventanal del living. Al ver aquel sofá elevándose en el aire, con las copas de los árboles como telón de fondo, era imposible no imaginarme un gran par de alas. El sofá se había metamorfoseado en un pájaro rojo; volaba como si su cuerpo hubiera perdido su peso original. Las ventanas estaban todavía desnudas. Al caer la noche, la luz de la calle nos llegaba de todas partes, abriéndose como abanicos llenos de distintos motivos: rombos, pájaros, frutas, flores... Chris es más metódico que yo. Cada una de las cajas que él había organizado tenía una etiqueta de lo que llevaba dentro. Las mías, sólo Dios sabía lo que había en ellas. Yo me había confiado demasiado de mi memoria. Pero cuando quise acordarme de dónde había puesto el camisón, la sensación fue la de no tener ni la más pálida idea de dónde estaba el norte y el sur, el cielo y la tierra, la luna y el sol. Nunca fui buena para orientarme con los puntos cardinales, y en esos casos, donde las cosas están patas para arriba, la confusión es aún mayor. Cuando Chris dijo: -¿Dónde estará mi cepillo de dientes? No pude hacer otra cosa que soltar una carcajada. -¿Y si antes de buscarlo brindamos con un champán? –propuse, a modo de consuelo. -Bueno, eso no es mala idea...-respondió él, sin dejar de mirar hacia todas partes. Después del brindis, caímos fundidos en la cama. Estábamos agotados pero también felices. Acabábamos de plantar bandera. Las ventanas del dormitorio, tampoco tenían ropa. Esa noche no hubo luna. Los relojes de las iglesias brillaban desde lejos. Miré sólo uno de ellos, y al entornar los ojos, aquella media circunferencia se había convertido de pronto en la sonrisa del gato de Alicia. Y así me sentí por un momento, igual que ella; desorientada en medio del país de las maravillas y con un mundo por descubrir.

5 comentarios:

  1. ¡Preciosa crónica, Ale, te felicito! Me transportó por completo al lugar y al estado de ánimo de la mudanza --agotamiento feliz. Además puedo imaginarme los relojes de las iglesias flotando en la noche. Una maravilla.

    Besos, F

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  2. Gracias Fer, por tus tan cálidos comentarios. Me animan mucho a seguir adelante con este proyecto!!Para mí es siempre muy alentador saber cuándo te gustan mis textos porque sos una gran escritora y también muy exigente... Y por eso, cada uno de tus aportes, es un regalo al corazón. Mil gracias amiga por ESTAR, siempre.
    Te mando un gran abrazo, Ale

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  3. Ale! Que hermoso tu blog! Y que hermoso post! Yo también me transporté totalmente! Y confieso que terminé de leerlo erizada! :)

    Felicitaciones por la casa nueva y por esta casa virtual también tan linda!

    Un abrazo fuertote y mucho amor desde el sur

    Fer♥

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  4. Ya puse "seguirte" a través del google reader, asi que voy a poder enterarme de cuando subas nuevos post! Alegria!
    Mas besos!
    Fer

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  5. Gracias Fer por compartir también en este lugar. Sos siempre BIENVENIDA.
    Besotes desde Delft.

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