lunes, 29 de noviembre de 2010

Invierno



Volvió el tiempo de la nieve.

sábado, 13 de noviembre de 2010

cosas de la lluvia

Hay algo que me atrae de la lluvia especialmente en la noche, cuando no sopla un viento de locos y vuelo a mi gusto con la imaginación. No sé por qué pero me gusta escuchar la caída de la lluvia contra el paraguas, eso me da un cierto placer, así como ver la ciudad mojada y las gotas de agua bajo la luz de un farol o escribir con un dedo sobre los vidrios empañados de los escaparates; quizás sea una forma de protegerme o de evadirme del frío y de la humedad pero lo cierto es que lo disfruto y el viaje se me hace mucho más ameno. Lo que me incomoda son los charcos cuando no los ves y hundís los pies en donde no querías pero más me fastidian los autos que pasan a toda velocidad y te bañan sin importarles un comino. Otra de las cosas que naturalmente detesto es cuando una casa está agujereada y por algún lado se te llueve. En esos casos, no me salva ni el romanticismo. Pensé que esas cosas pasaban sólo en Sudamérica pero desafortunadamente me equivoqué. Los holandeses siempre están luchando contra el agua: lluvias, goteras, caños rotos, diques que se desbordan, en fin, el mar que se les revela y les reclama “la tierra tomada”.

Hoy de noche volvía de Utrecht y mientras caminaba de la estación hacia el centro de Delft, vi una imagen en la calle muy holandesa; un hombre de traje y corbata andando en bicicleta debajo de un paraguas. Antes me hubiera sorprendido de que aquel hombre trajeado como para ir a una fiesta no hubiera viajado en auto, pero hoy de noche lo vi tan integrado al paisaje de la ciudad como si se tratase de un árbol, un cisne, o un canal más. No sé por qué pero siempre que llueve me imagino una vela encendida en la mesa a la hora de cenar. Hoy la hubiera encendido, si Chris hubiera estado aquí. Pero él estaba en la India por trabajo y no me dieron ganas de comer sola en casa, entonces fui a un restaurante al que solemos ir juntos y casualmente había velas encendidas por todas partes. Me senté en una mesa que se encontraba frente a un espejo; la vela y yo nos reflejábamos en él como una sombra difusa o una escultura inacabada, y por eso era más fácil imaginarme que aquel lugar lo ocupaba Chris, sonriéndome con aquellos ojos llenos de vida, contándome con entusiasmo sobre sus andanzas por la India, “la próxima vez te traigo conmigo” me había escrito en un sms, y yo le comentaba sobre una presentación que había visto en Utrecht, y así compartíamos nuestras cosas como lo hacemos siempre. Cuando quise acordar, las distancias entre Holanda y la India se habían desdibujado, había dejado de llover, y yo ya no me sentía tan sola a la luz de la vela.

cosas del viento

Ayer hubiera jurado que volaba el mundo. Los árboles se sacudían tanto que daba la sensación de que se iban a despegar de la tierra en cualquier momento. Yo ya los veía con las raíces de cara al cielo. El viento arrastraba un río de hojas secas en medio de la calle, una bicicleta se balanceaba de un lado al otro al borde de un canal, un paraguas se disparó de las manos de una mujer y fue a parar a la copa de un árbol. De golpe vi que el nido de un pájaro rodaba por la vereda y casi salí corriendo detrás de él. Se escuchaba un zumbido permanente, como si alguien estuviera soplando una bolsa de nailon en cada esquina. Llovía a cántaros y me empapé hasta los huesos. El trayecto de una cuadra se me hizo el viaje más largo que había tenido en años y nunca sonó el despertador para sacudirme de ningún sueño, aquella odisea había que atravesarla bien despierta, con los pies lo más a tierra posible, sin chocarse con otros paraguas ni salir volando con ellos; no me hubiera causado ninguna gracia terminar colgada de los árboles o perdida en las alturas de alguna torre de Rotterdam.

viernes, 5 de noviembre de 2010



Y es esta sed de estar aquí y ahora la que me impulsa a escribir.

(fotografía: Alejandra Darriulat)

lunes, 1 de noviembre de 2010

horas y horas



Terminé de corregir la estructura de mi segunda novela. ¡Qué alivio! ¡Cuántas horas acumuladas en años sentada enfrente a una pantalla y dándole a las teclas! Bien dice el dicho popular: “Sarna con gusto no pica pero mortifica”. Ahora me espera en la próxima estación, ajustar bien el lenguaje, afinar el estilo como si fuera un instrumento, leer el texto en voz alta hasta el cansancio, exprimirle todos sus sonidos, sus colores, sus matices; tarea deliciosa que hay que evitar que no se haga interminable.

(La fotografía de la portada de la Lupa y la de este texto son de: Chris Maat)