domingo, 7 de julio de 2013

trozos de lecturas


Tarde de verano. La cocina huele a café. Una cereza en la boca, la nariz pegada a la ventana, unas palomas revolotean entre las higueras de los vecinos de abajo, un tema de Yann Tiersen suena en los parlantes, un libro abierto como una mariposa me espera en el sofá. Retomo la lectura hasta que pierdo de vista a mi hijo; girando por el suelo llegó hasta la otra punta del living. Dejo una página en remojo, voy detrás de Fabrizio esquivando cubos de madera y lo aparto de unos cables peligrosos. 

Es la hora de la siesta y mi hijo duerme. Me reencuentro con mi libro, dejo que el escritor me hable como si lo conociera, como si estuviéramos tomando un largo café en una estación de tren donde los relojes se detienen para regalarnos este tiempo.

“Si te acordaras, antes de sentarte a escribir, que fuiste un lector mucho antes de ser un escritor... Basta con que te metas esta idea en la cabeza, te sientes muy tranquilo y te preguntes, como lector, qué tipo de obra, entre todas, le gustaría leer a Buddy Glass, si pudiera elegirla con el corazón. El próximo paso es terrible, pero tan sencillo que casi no puedo creerlo mientras lo escribo. Te sientas sin ninguna inhibición y lo escribes tú mismo”.  (Seymour: Una introducción de J.D. Salinger)