lunes, 29 de diciembre de 2014

miércoles, 24 de diciembre de 2014

imágenes de la cotidiana


Gotas de lluvia y una ráfaga de sol en la ventana. Rosas con pétalos de limón en la mesa. Mi hijo me alcanza una crayola y me pide que le dibuje una pera. Suena un tema de Armin van Buuren. Me pongo a cocinar una pasta. Mi hijo se resbala, se golpea la boca y se abre el labio. Llora mucho. Lo contengo con un trozo de algodón que se va tiñendo de rojo. Me contengo para no llora. Respiro hondo para estar entera, a su lado. 
Un baño con el pato de goma es su mejor consuelo. 

Navidad en Delft


de regreso a casa


Domingo otoñal. Restos de sol de un verano que persiste en el reflejo de las hojas. En el calendario rojo pegué un corazón y le dije a Fabrizio: Hoy vuelve papá. Él se sonrió y me dio un abrazo. Chris llegó de Shanghai a las nueve de la noche con un ramo de rosas por nuestro aniversario. Ahora sí. La casa está otra vez completa. 

el velatorio


Por la ventana entraba este sol que se resiste a soltar el verano; una luz que le daba vida a cada mueble, a cada foto que la abuela conservó hasta último momento. Se fue con 97 años y una privilegiada lucidez. En el rostro se le veía una expresión tranquila; como si no se hubiera resistido a morir. La piel amarilla como una hoja de otoño, los labios morados, y las manos cruzadas como si la respiración se hubiese suspendido en un rezo. Una foto de Fabrizio sobre la mesa de luz la miraba de cerca, sentado en una mesa del café Leonidas, al lado de un florero de tulipanes naranjas. A los pies de la cama, un dibujo de su bisnieta de 5 años, decía: “Oma rust in vrede” “La abuela descansa en paz”. 
La última vez que Rebeca visitó a su bisabuela, la vio tan mal, que enseguida le pidió a Dios que le hiciera un lugarcito en el cielo. La gran abuela estaba pronta para marchar. En la tarjeta que nos enviaron para el entierro decía: “geen bloemen” “sin flores”. No eran necesarias. Rebeca las había hecho en su dibujo de despedida. 

un haiku dedicado a la abuela Maat

Luz de otoño
sobre los ojos cerrados
de la abuela





otoño 2014


Hojas secas se deshacen en las manos de Fabrizio. Una manta de otoño cubre su peluche favorito; un pequeño puercoespín. Todavía me cuesta asociar este mes del año con la caída de las hojas. Para mí setiembre era tiempo de cometas, de flores asomándose en los jardines del sur. El otoño holandés también tiene su magia. Esos bosques de árboles desnudos, tupidos de hojas a sus pies, me inspiran despojamiento, transformaciones, esa esencia poética que tiene la naturaleza y que tanto me estimula a escribir. Hoy, 3/9/14/, sucedió lo que tenía que suceder: La abuela Maat se despidió de nosotros. Ahora su espíritu baila entre las hojas.