miércoles, 24 de diciembre de 2014

el velatorio


Por la ventana entraba este sol que se resiste a soltar el verano; una luz que le daba vida a cada mueble, a cada foto que la abuela conservó hasta último momento. Se fue con 97 años y una privilegiada lucidez. En el rostro se le veía una expresión tranquila; como si no se hubiera resistido a morir. La piel amarilla como una hoja de otoño, los labios morados, y las manos cruzadas como si la respiración se hubiese suspendido en un rezo. Una foto de Fabrizio sobre la mesa de luz la miraba de cerca, sentado en una mesa del café Leonidas, al lado de un florero de tulipanes naranjas. A los pies de la cama, un dibujo de su bisnieta de 5 años, decía: “Oma rust in vrede” “La abuela descansa en paz”. 
La última vez que Rebeca visitó a su bisabuela, la vio tan mal, que enseguida le pidió a Dios que le hiciera un lugarcito en el cielo. La gran abuela estaba pronta para marchar. En la tarjeta que nos enviaron para el entierro decía: “geen bloemen” “sin flores”. No eran necesarias. Rebeca las había hecho en su dibujo de despedida. 

un haiku dedicado a la abuela Maat

Luz de otoño
sobre los ojos cerrados
de la abuela





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