domingo, 31 de enero de 2010

la vela viajera

La luna ilumina las fachadas de las casas que miran hacia los canales, dándoles un toque misterioso. Las ventanas bostezan en medio de la noche, reflejándose en el agua. A pesar del frío, la gente festeja en las calles, comen, beben y cantan canciones navideñas. Una capa de hielo cubre casi todas las cosas: calles, faroles, ramas de árboles, mesas de café expuestas al aire libre. En medio del bullicio descubro una imagen que acapara toda mi atención: sobre las aguas silenciosas de un canal, flota un barquito con una vela encendida en su interior.
Todo empieza a disiparse a mi alrededor: la gente con sus gorros, sus voces, los puestos de la feria navideña, la capa de hielo que cubre casi todas las cosas, menos el agua de los canales que todavía fluye bajo la luz de la luna. Y yo, emprendo un nuevo viaje, sumergida en ese barquito, tímidamente iluminado.

(Feria de Navidad. Delft, Holanda)

domingo, 24 de enero de 2010

la lupa del viajero

Mi único objetivo es romper la barrera del silencio. Estoy embarcada en un largo viaje de introspección desde el 2006; el de escribir una novela. En casa convivo con personajes que me susurran cosas al oído mientras sueño despierta. Con ellos me río de mis flaquezas, bailo, lloro, me peleo y me reconcilio otra vez. Cada texto, cada personaje, me reclama su derecho de ser. Por momentos todo esto se vuelve bastante agobiante. Escribir es como vivir; mucho trabajo y no tiene nada de idílico, pero también es un desafío fascinante. Sentarme a escribir es una necesidad vital, como tomar agua o respirar. En mi caso se trata de escribir para poder vivir en paz; largar las imágenes, sensaciones, trozos de personajes sueltos, comienzos de historias que nunca sé con certeza adónde irán a parar. Este mundo interior tiene vida propia sin que yo me lo proponga, y no deja de darme vueltas en la cabeza hasta que no le doy su lugar en un papel. Pero para mí lo más importante de todo es vivir, amar, y ser amada. Sin estas raíces  no puedo escribir, y si no escribo, tampoco puedo regar estas raíces porque cuando escribo me libero, fluyo con mi caos, canalizo mis obsesiones, limpio heridas, crezco espiritualmente y me reconcilio con lo más genuino; mi humanidad. Ahora, en pleno invierno holandés, mientras termino de corregir mi segundo libro con la esperanza de poder publicarlo cuando sea el momento justo, quiero compartir con ustedes la lupa del viajero.
Alejandra Darriulat. Delft, Holanda 2010