viernes, 1 de mayo de 2015

despedida


                                                             a Herbert Rickmann
                

  Y de pronto se te apagó el cuerpo
despojándose de casi toda voluntad;
se detuvo como un tren sin aliento
en el sol de la mañana. 
Tu corazón latía dentro de un cuerpo inmóvil.
Latido lleno de silencios, músculo cansado
en busca de un lugar donde depositar los huesos,
que ya no responden, ni tienen fuerzas 
para sostener un mínimo gesto.
Apenas abriste la boca y con gran esfuerzo,
pero las palabras fueron vagones vacíos,
y los sonidos no llegaron a hacerse materia. 
La fuerza del ser, del sostenerse todavía en un hilo,
se concentró en el último brillo de tus ojos, 
en medio de aquella sala de hospital 
escondida entre las montañas.
Tu mirada azul, llena de matices, 
voló más alto que cualquier palabra. 
Alcanzó la inexplicable esencia del adiós y del eterno 
reencuentro en los que nos quedamos pensándote, 
en los que se quedarán pensándonos. 
En tus ojos-ventanas volví a ver los campos de Essen Werden
frente a tu casa. Generoso hogar hecho de pan y vino,
de uvas y quesos, de libros, de discos, de cuadros de museo;
un lugar tan hecho de ti mismo que casi no puedo imaginármelo
sin que lo habites. Siempre dispuesto a recibir peregrinos. 
Igual que tú, siempre abierto a escuchar, a comprender, 
a ofrecer un abrigo en medio del invierno.
Voy a volver para dejarme sorprender
por el perfume de nuevas flores, volveré
para recordarme quién fuiste, quién fui,
quiénes fuimos durante el tiempo 
que nos tocó atravesar juntos, y que hizo 
y que hace en gran parte, lo que hoy soy. 
Y cada vez que vuelva a los campos de Essen Werden
estaré atenta a cualquier señal que se manifieste 
entre los árboles o las estrellas.