jueves, 20 de octubre de 2011

el abrazo


Una muchacha de cara pecosa, con un abrigo marrón largo hasta las rodillas, guantes y gorra de lana, me sacudió el hombro con suavidad. Me había quedado dormida. La joven me hizo acordar a mí, cuando tenía sólo veinte años, pero después de unos segundos me vi enseguida frente a un campo de nieve en medio de las montañas y con el doble de edad. Apenas me desperté, no reconocí el país en dónde me encontraba hasta que la chica me dijo en inglés que había una llamada de Uruguay para mí. Ahí me acordé de que hacía años que vivía en Holanda y de que estábamos en un hotel suizo con pista de esquí. Mi marido se había ido a esquiar con nuestros hijos, mientras yo leía unos cuentos de Raymond Carver sentada al aire libre con mi traje para la nieve y una manta extra en las piernas. Aunque hacía bastante sol, se respiraba un aire congelado. Le agradecí a la muchacha por la información y fui hasta la recepción del hotel. Me atendió un hombre canoso de mirada cautelosa; tenía una piel muy tersa, apenas se le notaban un par de arrugas en la frente. Me alcanzó el teléfono con un gesto sobrio en el rostro y se puso a revisar unos papeles. 
-Hola, ¿quién habla? -dije con voz entrecortada. 
-Hija querida, soy tu madre...
Al escucharla se me apareció enseguida su sonrisa de dentadura perfecta y sus ojos entornados; los achicaba a más no poder cada vez que sonreía.  
-Mamá, ¿Estás bien? -le pregunté, sin dejar de visualizarla, como si en la recepción me hubieran puesto una foto de ella. 
-Claro que sí, ¿y vos? Te noto un poco alterada.
-Es que me quedé dormida y acabo de tener un sueño...
-Ay, vos y tus pesadillas de siempre. 
-Sí, me volvió uno de esos períodos en que...
-No me lo digas, me lo sé de memoria. 
-Mamá, ¿de dónde me llamás? 
- ¿De dónde va a ser? ¡De Montevideo!
-Ah... yo qué sabía... ¿Estás en casa?
-No; en el hospital.
-¿Qué decís? No te escucho bien...
-Te dije que estoy internada en el hospital.
-¿Qué te pasó?
-Nada grave; ya sabía que te ibas a preocupar... 
-Pero mamá, cómo no me voy a...
-Del otro lado del mundo, no podés hacer nada, así que
-¿Querés que me tome el primer vuelo que encuentre?
-Nooo, estás loca... No te molestes, después de todo, de algo hay que morirse, ¿no?
-¡Pero mamá por Dios qué decís!
-Ah, no hagas tanto escándalo por nada. Yo sólo quería llamarte para...
Y se hizo un silencio. Tragué saliva y sentí que una lágrima se me escapaba por el rabillo del ojo. Afuera, el cielo se puso blanco. El recepcionista me miró y se giró lentamente hasta darme casi la espalda. 
-Mamá, ¿estás ahí?
Continuó el silencio. Vi una mano que se deslizaba por el mostrador y me alcanzaba un klinex; era el recepcionista que se había dado media vuelta y me miraba a los ojos con una expresión que parecía comprender lo que me estaba pasando. Le agradecí con un gesto en la cara y creo que le dije gracias en español. “You are welcome” -dijo, y se marchó.
-Mamá, ¿necesitas algo? ¿Qué puedo hacer desde acá? 
-Nada. Quedate tranquila chiquilina; yo sólo te llamaba...
-Mamá,
-¿Qué?
-¿Alguna vez te dije...? ¿Alguna vez te dije que te quiero mucho?
-Sí, me lo dijiste y te lo agradezco. Pero, viste cómo es, si uno no se estima, no hay Cristo que valga. En fin; eso ahora no importa. Sólo te llamaba para preguntarte algo.
-Soy toda oídos -dije, y me soné la nariz. 
-Quiero saber si... 
-¿Cómo? No te escucho.
-Quiero saber si sos feliz.
Sonreí en silencio, con lágrimas en los ojos. Vi la cara resplandeciente de mi esposo, la frescura de los gestos de mis hijos jugando en la nieve, y cuando iba a responder realmente me desperté.
***
Miré por la ventanilla del auto y un campo de trigo se expandía bajo el sol a lo largo de la carretera. Las espigas se mecían con el viento. 
-Linda siesta te mandaste -dijo mi marido, mientras conducía el auto.
-Bueno, tanto como linda, no sé -dije, y estiré la espalda.
-¿Volviste a tener una pesadilla?
-Sí -dije, acariciándome la panza de embarazada-, pero no te preocupes.
-En absoluto; siempre se te revelan cosas importantes, ¿verdad?
-Así es. ¿Podríamos parar un segundo?
 -Bueno, voy a buscar un lugar donde aparcar y de paso descanso un poco. 
-Genial.
-Y, ¿qué te parece el paisaje de Dinamarca?
-Hermoso.
La torre de una iglesia antigua se veía desde lejos.
Nos bajamos del auto, caminamos en silencio entre las espigas mientras escuchábamos el susurro del viento. Nos detuvimos un instante y él me abrazó. Me acurruqué en la calidez de su pecho; necesitaba de aquel abrazo en medio del campo para convencerme de que estaba despierta.