Estábamos en plena primavera, sentados en un café al aire libre que daba a un gran canal. Un puente de metal se levantaba cada vez que los barcos pretendían continuar su viaje. Pero antes de que el puente se elevara, cada barco se detenía al lado de una cabina ubicada a la orilla del gran canal. En la cabina había un hombre que lanzaba una caña de pescar desde su ventanilla hacia el interior del barco. Después de unos segundos, alguien se la devolvía y, recién en ese momento, el puente dejaba pasar a los viajeros. Mientras Chris leía una revista sobre artículos de ingeniería, tomándose un café, me quedé un rato contemplando“aquel ritual”del hombre tirando su caña de pescar dentro de los barcos hasta que no me aguanté más la curiosidad. Saqué el largavista de la mochila, y focalicé la mirada en aquella caña de pescar. Entonces, descubrí que de la punta de la tanza colgaba un zueco de madera (uno de esos que se venden a los turistas) donde el conductor del barco depositaba unas monedas. “Este pequeño zueco está a la pesca de peajes” pensé, sonriéndome. Los zuecos de madera en Holanda (mucho antes de que se comercializaran) eran originariamente zapatos de trabajo. Y hasta hoy en día, muchos campesinos trabajan con los zuecos puestos para que no se les congelen los pies durante el invierno. Los he visto en el campo, más de una vez. Pero en aquella ocasión, el zueco era como una especie de alcancía o tragamonedas.
(Fryslân, Holanda)