lunes, 24 de mayo de 2010

la mudanza

Cuando Chris prendió el equipo de música en el living a todo volumen, yo estaba en nuestro dormitorio sin saber por dónde empezar. Pero al escuchar el ritmo de un rap de Eminem, abrí con entusiasmo el cajón de la ropa interior. De golpe, las medias pegaron un salto, aterrizaron en el suelo, y se pusieron a bailar al ritmo del rap. Bailé con ellas. Las llevé hacia el living comedor, sin dejar de bailar ni un segundo. La valija estaba esperándolas. Al vernos, Chris se unió enseguida a la fiesta. Bailamos entre las cajas a medio armar, desparramadas por todas partes. Las cosas se habían ido acumulando en aquel pequeño apartamento de la calle Kruisstraat, y yo, poco a poco las fui olvidando. Regresé al dormitorio y empecé a desempolvar recuerdos, a redescubrir lo que tenía, y a tirar todo lo que ya había perdido su utilidad o su valor afectivo. Eso es para mí una mudanza; un cambio de piel. Dentro de una caja de zapatos encontré un montón de fotos en blanco y negro. Me quedé mirando un instante una imagen que me robó una sonrisa: Mi madre con una minifalda estampada de flores, y mi padre a su lado, extremadamente delgado; los dos estaban en Lovaina, en la residencia estudiantil; miraban por la ventana un paisaje nevado. No sé si en aquella fotografía yo ya había nacido porque en el dorso se le había borrado la fecha. En un cajón del placar donde tenía guardadas cartas y postales de otras épocas, me encontré un rosario de cuentas de madera que me había regalado mi amiga Loli al venirme a Holanda; estaba envuelto en un pañuelo de seda. Y así reaparecieron otras cosas que iban cobrando vida al sacarlas de las viejas cajas de zapatos, de los cajones, de bolsas metidas en los placares; se liberaron del encierro y de la oscuridad, ansiosas por emprender un nuevo viaje. En eso, me di cuenta de que Chris había cambiado de música. Pasamos del ritmo del rap al de las cálidas melodías Cubanas. Sonaba un tema del grupo, Compay Segundo. Volví al living para ver en qué andaba Chris.
-¿Querés tomar algo? –me dijo.
–Sí, gracias; un jugo de naranja me haría bien.
De repente, los músculos del cuello se me tensaron como cuerdas de violines.
-Ay... –dije, tocándome la nuca.
-¿Qué te pasa? –me preguntó Chris, y me dio un vaso de jugo.
-Me duele mucho el cuello y los hombros.
-¿Solamente? ¡A mí me duele todo el cuerpo!
Nos reímos. Afuera, empezaba a rodar la noche, igual que un ovillo de lana azul.
Mientras Chris buscaba algo para picar, descubrí que una de las cajas se balanceaba al son de la música. Me acerqué a ella y vi que él le había pegado una etiqueta que decía, kopjes; significa tacitas en Holandés. Me imaginé a la tetera en el centro de la caja rodeada de tazas. Bailaban juntas en medio de la oscuridad. Entonces, me acordé de la letra de aquel tango que decía:
“Y todo a media luz
crepúsculo interior.
¡Qué suave terciopelo
la media luz de amor!”

jueves, 6 de mayo de 2010

la espera

Estaba en una habitación casi vacía. Ese sitio me resultaba familiar; tenía un banco de plaza, un farol, y un gran ventanal que daba a las montañas. Todo se veía en blanco y negro; entre ambos colores se extendía una intensa gama de grises. Las montañas se veían en un tono grisáceo verdoso. El banco era de un gris amarronado, y el farol tenía un tono igual al del acero. El cielo estaba completamente blanco. El mundo se veía en esos tonos y no había cabida para otro color. Para mí era normal, como si nunca hubiera sido de otra manera. Me acerqué a la ventana, como si esa acción fuera a acelerar la llegada de la persona a la que estaba esperando. Lo que también recuerdo con nitidez, es la ansiedad con la que esperaba a alguien que todavía no conocía. Retrocedí unos pasos hacia el banco, aguanté ahí unos segundos, y volví a caminar hacia el vidrio que me separaba del mundo exterior. No podía estar quieta. Sentí sed. Busqué una canilla pero no había ninguna. Me quedé desconcertada, mirando para todas partes. Cuando fijé los ojos en el paisaje, ya casi sin esperanzas, vi una manchita que descendía de una de las montañas. Esa pequeña figura empezó a crecer; se fue transformando en un hombre delgado y cabizbajo. Él caminaba hacia mi dirección. A esa distancia no podía captar bien su rostro; apenas pude verle el pelo oscuro y el color de su ropa; era marrón. Me pregunté si él sería la persona que yo esperaba desde hacía tanto tiempo. Olvidé mi sed. Dejé de ver la gran ventana que me separaba de las montañas y di un paso hacia adelante. Un golpe brusco me devolvió a la existencia del límite; el vidrio, era mucho más grueso que sus frágiles apariencias. El dolor me cerró los ojos y en el instante en que los volví a abrir, ya no estaba más en ese lugar. Me encontraba en un tren en pleno movimiento, sin saber hacia dónde iba. Yo llevaba puesto un viso de seda azul y estaba descalza. Tampoco eso me inquietó. Empecé a desplazarme por un pasillo que conectaba a los vagones entre sí; estaban todos vacíos. De lejos se escuchaba la melodía de una bandolina. Alguien tenía que haber en alguna parte. Busqué un lugar donde ubicarme con toda naturalidad, como si la memoria hubiese borrado de un plumazo el tiempo y el espacio donde había estado unos segundos antes. Incluso, había cambiado el colorido del mundo que me rodeaba; se había vuelto sepia. Pero para mí en ese momento todo seguía igual, nada había sido de otra manera; sólo contaba el tiempo presente. En eso, vi una cabra instalada en un cupé. La miré sorprendida, ella se dio media vuelta y sacó sus cuernos por la ventanilla, moviéndose de una forma muy altanera, con una impronta sumamente humana. Cuando fui a sentarme a su lado, me desperté. Tenía todo el camisón transpirado. Me costó reconocer el dormitorio, había poca luz. Por un segundo no supe dónde estaba; podía ser Delft o Montevideo o Essen Werden... o ¿cuántos lugares más? Me miré en el espejo de la cómoda y ese gran ojo ovalado me devolvió el reflejo de mi mirada. Algo en mí había cambiado. Todo lo demás, seguía más o menos igual.

lunes, 3 de mayo de 2010

la barra del bar

Recién empezaba la primavera. Viajábamos hacia Oudenaarde, una pequeña ciudad cerca de Gent. Durante el viaje escuchamos en la radio el tema de Los Beatles, Yesterday. Empezamos a tararear la melodía de aquella canción, mientras yo miraba por la ventanilla del auto los paisajes de la campiña flamenca. Todo se veía verde y silencioso. Apenas alguna nube interrumpía el azul del cielo. Recosté la cabeza contra el asiento y cerré los ojos. Chris, aún tarareaba la melodía de Yesterday. Yo lo escuché hasta que me quedé medio dormida. En ese estado fronterizo entre el sueño y la vigilia, se me apareció la barra de un viejo bar y un café con leche con bizcochos. Quizás, también se tratara de una mañana primaveral porque entraba mucha luz por los ventanales de aquel viejo bar montevideano. Antes de caer en un profundo sueño, abrí los ojos y volví a contemplar el campo, sus casas, y sus animales. Pero la vieja barra del bar seguía ahí, como telón de fondo. A esa altura, habían dejado de pasar Yesterday y estaban pasando Paint it Black de los Rolling Stones. Ya era la hora del atardecer cuando llegamos a un pueblo cerca de Oudenaarde. Un belga simpático y panzón nos dio la bienvenida en un hostal donde habíamos reservado una habitación. Cuando entramos, lo primero que vimos fue un bar. El belga apoyó el codo en la barra y nos dijo en flamenco: “Me imagino que todavía recordarán aquellos bares del 1900, ¿no? Bueno, aquí tienen uno ante sus ojos. Esto es pura nostalgia. ¡Es una reliquia!” Al escuchar las palabras de aquel hombre, algo se sacudió dentro de mí, profundamente. De golpe se había materializado la imagen que había tenido durante el viaje. La única diferencia estaba en el dueño del bar; en lugar de un gallego parado detrás de la barra, había un belga vestido de gris que seguramente sería fanático de las canciones de Jacques Brel. Él defendía a muerte el valor de aquella propiedad antigua con una mezcla de añoranza y de humor que no tenía desperdicio. Entonces, el gran océano que separa Bélgica de Uruguay, se había transformado en un hilo de agua. Sólo faltaba un tango de Gardel para estar en el Río de La Plata.