sábado, 13 de noviembre de 2010

cosas de la lluvia

Hay algo que me atrae de la lluvia especialmente en la noche, cuando no sopla un viento de locos y vuelo a mi gusto con la imaginación. No sé por qué pero me gusta escuchar la caída de la lluvia contra el paraguas, eso me da un cierto placer, así como ver la ciudad mojada y las gotas de agua bajo la luz de un farol o escribir con un dedo sobre los vidrios empañados de los escaparates; quizás sea una forma de protegerme o de evadirme del frío y de la humedad pero lo cierto es que lo disfruto y el viaje se me hace mucho más ameno. Lo que me incomoda son los charcos cuando no los ves y hundís los pies en donde no querías pero más me fastidian los autos que pasan a toda velocidad y te bañan sin importarles un comino. Otra de las cosas que naturalmente detesto es cuando una casa está agujereada y por algún lado se te llueve. En esos casos, no me salva ni el romanticismo. Pensé que esas cosas pasaban sólo en Sudamérica pero desafortunadamente me equivoqué. Los holandeses siempre están luchando contra el agua: lluvias, goteras, caños rotos, diques que se desbordan, en fin, el mar que se les revela y les reclama “la tierra tomada”.

Hoy de noche volvía de Utrecht y mientras caminaba de la estación hacia el centro de Delft, vi una imagen en la calle muy holandesa; un hombre de traje y corbata andando en bicicleta debajo de un paraguas. Antes me hubiera sorprendido de que aquel hombre trajeado como para ir a una fiesta no hubiera viajado en auto, pero hoy de noche lo vi tan integrado al paisaje de la ciudad como si se tratase de un árbol, un cisne, o un canal más. No sé por qué pero siempre que llueve me imagino una vela encendida en la mesa a la hora de cenar. Hoy la hubiera encendido, si Chris hubiera estado aquí. Pero él estaba en la India por trabajo y no me dieron ganas de comer sola en casa, entonces fui a un restaurante al que solemos ir juntos y casualmente había velas encendidas por todas partes. Me senté en una mesa que se encontraba frente a un espejo; la vela y yo nos reflejábamos en él como una sombra difusa o una escultura inacabada, y por eso era más fácil imaginarme que aquel lugar lo ocupaba Chris, sonriéndome con aquellos ojos llenos de vida, contándome con entusiasmo sobre sus andanzas por la India, “la próxima vez te traigo conmigo” me había escrito en un sms, y yo le comentaba sobre una presentación que había visto en Utrecht, y así compartíamos nuestras cosas como lo hacemos siempre. Cuando quise acordar, las distancias entre Holanda y la India se habían desdibujado, había dejado de llover, y yo ya no me sentía tan sola a la luz de la vela.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario