sábado, 13 de noviembre de 2010

cosas del viento

Ayer hubiera jurado que volaba el mundo. Los árboles se sacudían tanto que daba la sensación de que se iban a despegar de la tierra en cualquier momento. Yo ya los veía con las raíces de cara al cielo. El viento arrastraba un río de hojas secas en medio de la calle, una bicicleta se balanceaba de un lado al otro al borde de un canal, un paraguas se disparó de las manos de una mujer y fue a parar a la copa de un árbol. De golpe vi que el nido de un pájaro rodaba por la vereda y casi salí corriendo detrás de él. Se escuchaba un zumbido permanente, como si alguien estuviera soplando una bolsa de nailon en cada esquina. Llovía a cántaros y me empapé hasta los huesos. El trayecto de una cuadra se me hizo el viaje más largo que había tenido en años y nunca sonó el despertador para sacudirme de ningún sueño, aquella odisea había que atravesarla bien despierta, con los pies lo más a tierra posible, sin chocarse con otros paraguas ni salir volando con ellos; no me hubiera causado ninguna gracia terminar colgada de los árboles o perdida en las alturas de alguna torre de Rotterdam.

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