miércoles, 2 de noviembre de 2016

se largó el otoño


Tantas hojas acumuladas contra el cordón, como recuerdos que se van superponiendo en la memoria. 
Antes de largarse a llover, empecé a despejar las veredas del otoño, como quién limpia los cajones de cosas viejas que se resisten a marchar. Y es que ya no hay lugar para lo que se va desecando en los armarios o en el alma. Una brisa fresca hace que me mueva más rápido. El sol en las mejillas da su toque de calor. En el bolsillo del pantalón, del celular sale una canción en holandés, que me invita a contemplar la gente alrededor, como quien se detiene a contar la cresta de las olas, cuántas se elevan hacia el cielo y bajan y ruedan hasta la orilla. La canción me motiva a cerrar los ojos, sonreír tímidamente, y agradecer un día más.
Se acerca una vecina y me pregunta, ¿cómo marcha la poesía? Creo que hoy se fue a pasear entre las hojas, le respondo, y ella se sonríe, me cuenta de sus hijos, y me pregunta por Fabrizio. Hablamos, intercambiamos palabras, amortiguadas por el silencio, mientras los árboles no dejan de sacudirse las hojas del cuerpo. La vecina mira el reloj y se despide. Subo a casa y me hago un café, antes de ponerme a trabajar. 



Barriendo la vereda esta mañana me di cuenta que hay tantas arañas como vecinos. Ellas dejan sus huellas en los zócalos de las ventanas tejiendo transparencias llenas de esperanzas. Cuando se largó la lluvia, las telarañas se cubrieron de perlas. 



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