lunes, 3 de abril de 2017

el Album


Un viaje en tren en medio de la lluvia. Atravesamos campos, pueblos, alguna que otra iglesia antigua perdida entre los bosques. A mi hijo le encanta nombrar las cosas que él descubre del otro lado de la ventanilla: un perro perdido en el campo, un molino girando a todo viento, una vaca que nos mira sorprendida, un canal lleno de patos. En la mitad del viaje saco de la mochila un viejo álbum que me devuelve a un tiempo de hace 27 años atrás. Fabrizio se sorprende al verme en fotos en blanco y negro. Me reconoce. Bailando a mis diecinueve años en Alemania. Me reconozco, más allá de las distancias. El pelo más largo, el cutis más terso, menos arrugas en la frente, y una expresión dramática en la mirada que interpreta una coreografía del pasado. Mi “danza” ha cambiado mucho desde aquel entonces, cuando sólo vivía para bailar, cuando vivir me daba pánico y el escenario era un mundo “más manejable”. Ahora la vida es una danza en sí misma en cada momento y en cada lugar. Estoy aprendiendo a bailarla; a veces a los tropiezos, nunca fui demasiado práctica, pero otras veces los movimientos fluyen con la intensidad de las olas, y me dejo llevar en ese mar envolvente del día a día con sus soles y sus lluvias. No sé si vivir me da menos miedo que antes. Pero lo que sí sé, es que el miedo ya no es mi patrón. Lo atravieso a pulmón y de la mano de Dios. Rezar a consciencia es el anti depresivo más eficiente y sano que hasta hoy encontré. Pedir por serenidad antes de tomar una decisión. Pedir por lucidez en medio de la confusión en vez de dejarme llevar por el primer arrebato emocional. Pedir por valor, cuando estoy por atreverme a hacer algo nuevo. Pidiendo y pidiendo, rezando y actuando, el miedo se va haciendo a un costado, igual que mi sombra al caminar, su fuerza se debilita, me hago de coraje, y la mirada sobre las cosas pega un giro inesperado. En lugar de detenerme a pensar en lo que no funciona, me pongo en movimiento con lo que sí está en marcha y va hacia adelante, como las ruedas de este tren. Entonces, mis “coreografías” cotidianas ya no son tan dramáticas, ni tan pesadas, como las de mi época en Alemania. Vivo una intensa gama de emociones que me atraviesan; son una melodía finita pegada al oído que se me va metiendo hasta en los huesos. Soy capaz de sentirme alegre y melancólica al mismo tiempo; contenta de este paseo en tren con mi hijo que toma su jugo de manzana, mientras saboreo un capuchino y le muestro las fotos; melancólica por la danza de la lluvia que desdibuja los paisajes del otro lado de la ventanilla. Nostálgica porque sin dudas el tiempo ha pasado, llevándose mis diecinueve años entre otras tantas cosas. Contenta de vivir ahora, con menos miedo y más valor. Agradecida de poder acompañar y apoyar a mi hijo en su crecimiento. Feliz por la culminación de un nuevo poemario y la aventura de buscar editorial. Agradecida de seguir escribiendo. El viaje hacia la casa de los abuelos holandeses ya se está por acabar. Fabrizio guarda en su mochila un auto azul con el que estuvo jugando hace un rato. Ha parado de llover. Las nubes le abren camino a un hilo de sol. El verde de los campos brilla aún más bajo una manta de gotas iluminadas por la luz. Y el álbum de fotos ensambla el pasado con el presente, recordándome quién fui, recordándome el tiempo y el esfuerzo que me llevó llegar hasta aquí, y ser quien soy. Aquellas fotos-raíces-recuerdos me alientan a seguir y a atreverme a ser quien quiero ser. 



6 comentarios:

  1. Hola! LLego a tu espacio,recomendada por un amigo, Jan De Jager, que me animó a leerte, y realmente me encantó tu espacio. Desde ya te sigo. Un saludo!

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  2. Bienvenida a la Lupa! Qué lindo que te acercaste y que quieras seguir los recorridos de la lupa.
    Muchos cariños para Jan

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    1. Un abrazo! Me gusta mucho como escribes! Me recreo en tu espacio!

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  3. ¡Muchas gracias! Me alegra que disfrutes de la Lupa.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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