lunes, 23 de agosto de 2010

el clarinetista

Un hombre tocaba el clarinete como los dioses, interpretaba una música israelí que nos sacudía a todos en aquella esquina del casco antiguo de Delft. Enseguida se formó un pequeño público a su alrededor: una pareja de veteranos se miraron entre ellos y dijeron, “toca genial”; luego, le dejaron unas monedas; una muchacha frenó de golpe, bajó de la bicicleta, y se detuvo a escucharlo con una sonrisa que le iluminaba la cara; un japonés vestido con un frac blanco le sacó muchas fotos; unos niños se pusieron a bailar, un perrito los miraba moviendo la cola, y a mí, se me puso la piel de gallina. El clarinetista provocaba todas esas cosas. Algunas personas seguían de largo, como si escucharan llover, pero de alguna manera se integraban igual a aquel paisaje ciudadano. Era difícil ser indiferente al arte de aquel músico; sus melodías conmovían hasta los árboles.

De golpe me imaginé al mundo del internet como a una gran avenida: la gente atravesaba blogs, páginas web como si fueran galerías, y de repente extrañé la reacción espontánea e inmediata que un músico, un actor o un bailarín, reciben en el momento de producir arte en vivo y en directo. Eso tiene un impacto emocional incomparable. Lo sé por haberlo vivido durante la época en que me dedicaba más a bailar que a escribir. Aquella mañana de feria, el clarinetista cuyo nombre desconozco, me lo hizo revivir profundamente. Cerré los ojos, visualicé un pequeño escenario en la playa, me vi otra vez bailando con las olas, con el viento arremolinando la arena y las gaviotas que sobrevolaban al escenario dando giros en el cielo. Después de soñar despierta, abrí los ojos, el músico seguía tocando y yo me fui a la feria. Regresé al rato, con bolsas llenas de frutas, verduras, y una flor para el clarinetista. Quise agradecerle los sueños de aquella mañana, pero él ya no estaba.

1 comentario:

  1. Ale, esta nueva entrega recorre otro tipo de caminos, el de las postales ciudadanas, aquellos de la vida cotidiana. El viajero con su lupa se detiene en una esquina de su trayecto y rememora escenas ya vividas. Esa melodía portadora de vibrantes recuerdos merecía la flor que quisiste brindarle. Teresita.

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