domingo, 26 de septiembre de 2010

guten morgen Berlín

Apenas se cayó aquel muro gris en el escenario, pensé, es el de Berlín, pero no, aquel aún estaba en pie, pintado de todos colores con expresiones fuertísimas donde el pueblo alemán grababa en silencio su más profundo dolor, y yo, miraba “Palermo”, una de las obras de danza teatro de Pina Bausch inspirada en la capital de Sicilia. Aquellas ruinas desperdigadas en escena, el humo que se desprendía de los escombros, y los bailarines vestidos de punta en blanco como si fueran a un banquete, también podían representar la decadencia del viejo imperio romano, y si lo trajéramos a los tiempos de hoy, podría ser el resquebrajamiento del imperio americano. Tres meses después de haber visto esa obra de la Bausch, cayó el muro de Berlín. Ese mismo día, al salir a las calles de Essen, la gente estaba nerviosa, y algunos gritaban, ¡el muro se cayó, se cayó, se cayó! Y ya no tuve dudas de que se trataba del de Berlín. Eran gritos con una mezcla de euforia y desesperación. Estábamos en 1989, yo recién había llegado a Essen, y antes de llegar ya había escuchado miles de historias sobre el muro de Berlín pero lo que nunca me hubiera imaginado es que la caída se fuera a producir estando en Alemania. Un año después, viajé seis horas en tren para ir a Berlín. Era la primera vez que iba y al llegar, lo primero que me impresionó fue el clima de tensión que se respiraba en todas partes, todavía había mucho sufrimiento en las caras que se veían por la calle. Aquel día, una niebla espesa cubría toda la ciudad, había humo por todas partes como si de golpe Berlín se hubiera incendiado, y el Brandenburger Tor desafiaba a la neblina con su poderosa presencia. Una de las imágenes que nunca se me borró de aquel viaje, fue la de un soldado con un clavel rojo en el bolsillo de su uniforme que se encontraba justo en el Checkpoint Charlie, y allí vendía restos del muro que todavía se podían ver desperdigados por Potsdamer Platz, y sólo por un par de marcos los turistas se llevaban de paso un trozo de muro a casa. Del otro lado, donde había sido Alemania del Este, el escenario era un descampado con edificios en ruinas.

Este año volví a Berlín, veinte años después de aquella primera vez, y la “escenografía” de aquella gran ciudad era completamente otra. Ya al llegar, la estación de tren me impactó con su reconstrucción completamente contemporánea, y el Potsdamer Platz estaba rodeado de una majestuosa arquitectura moderna. La cúpula de vidrio que construyeron en el Sony Center es realmente una belleza de la arquitectura de hoy en día. Entre el Este y el Oeste ya no se distinguían fácilmente las diferencias, sólo una línea de asfalto trazaba el lugar donde estuvo el muro, y en el Checkpoint Charlie se había reconstruido la famosa casilla de control, aquel punto estratégico de la ciudad en donde muchos alemanes habían perdido su vida intentando escaparse, se había transformado en el mayor centro turístico; vaya ironía... En Berlín me reencontré con una gran amiga uruguaya que fue la que me mostró la nueva cara de la ciudad, y justo ese día, jugaban en el mundial Uruguay y Corea. Vimos el partido sentadas en un bar al aire libre, lleno de alemanes tomando cervezas. Al día siguiente, hicimos una hermosa caminata bordeando el río Spree. El aire fresco y el cielo despejado le daban a la ciudad un toque liviano, como si todos estuviéramos envueltos en una gran burbuja de jabón. Frente al río se veían interminables filas de reposeras donde la gente tomaba sol. Aquel clima sereno era como una bendición si uno recordaba que hacía más de veinte años mucha gente se había lanzado a aquel mismo río para escaparse, sin mucho éxito.

Para mí fue emocionante ver aquel renacimiento de Berlín; allí se palpaba con claridad el florecimiento de Alemania, y la fuerza que está reconquistando a todo nivel. Por otra parte, Alemania todavía carga con el estigma de la segunda guerra mundial, y ese tema sigue siendo una especie de tabú, algo de lo que se prefiere no hablar, y ese silencio sinceramente me preocupa, porque de alguna manera encubre por dónde se desliza sutilmente la serpiente del actual nazismo. En el resto de Europa, estas corrientes extremistas se identifican con mayor claridad, pero Alemania casi no da señales al respecto, y eso me parece peligroso.

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