viernes, 10 de septiembre de 2010

noche de tormentas y frutas

No recuerdo qué fue primero, si el golpe ensordecedor del trueno que retumbó en medio de la noche como si el cielo se hubiera quebrado en mil pedazos, o el sacudón que me dio la última imagen que tuve de la pesadilla de la que me acababa de despertar. Después de aquel crujido feroz, el cielo se iluminó y volvió a apagarse más rápido que el flash de una cámara de fotos, y en ese instante Chris abrió los ojos, me miró asustado, me abrazó debajo de las sábanas y se dio media vuelta, volviéndose a dormir como si no hubiera pasado nada.
No pegué un ojo en toda la noche. En mi cabeza habían quedado resonancias de aquel disparo en medio de la noche, entremezcladas con fragmentos de la pesadilla que me había dejado vestigios de un sabor amargo. Pero, respeté sus dulces sueños, le di un beso casi en el aire, me levanté en puntitas de pie, y me escabullí como la luna cuando las nubes la acarician con sus velos silenciosos.
Bajé las escaleras con la sensación de que descendía al camarote de un barco que atravesaba la marea en plena tormenta. El suelo de casa temblaba debajo de mis pies. Afuera se había desatado la lluvia con todas sus fuerzas, en la cocina encendí una luz tenue, y me puse a hacer una ensalada de frutas. Lavé cerezas, frutillas y moras, frutas que no me vieron crecer en mi niñez pero que tienen un sabor tan delicioso como si las hubiera probado antes de nacer. En cambio, aquellos frutos que mis dedos sentían debajo del agua de la canilla, sí vieron cómo crecía Chris en esta tierra nórdica.
Mi infancia rodó entre manzanas y naranjas en invierno, y rodeada de higos, uvas, duraznos y ciruelas en verano.
Mientras limpiaba la fruta intenté SENTIR.
¿Qué me había provocado aquella espantosa pesadilla? De golpe se me cerró el pecho, la garganta me dolió al tragar, los ojos se me nublaron de lágrimas, y descubrí un terrible miedo a volver a lo más doloroso de mi pasado, a la oscuridad en la que me había hundido tantas veces hasta tocar fondo. Sin embargo, siempre resurgí de las tinieblas, ¿y en aquél sueño? Alguien con quién nos hicimos mucho daño en el pasado, una persona con quién sobreviví situaciones muy dolorosas, me tenía atrapada en el vagón de un tren, no me dejaba salir de mi propia historia, se burlaba de mi feliz presente, y yo le pedía a gritos por favor que me soltara, le decía que no tenía más tiempo que perder, que mi viaje seguía hacia adelante y que no podía detenerme en aquella vieja estación.
No me acuerdo con nitidez si la persona me entendía, lo que sí recuerdo es esa sensación de angustia, de ahogo, que me producía estar en aquel tren y, a pesar de eso, dormida y todo, sabía que el gran salto, que la liberación de aquella angustia era abrir los ojos, soltar el llanto y el dolor con una bocanada de aire, como si recién hubiera nacido, y volver a despertarme al lado de Chris.

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