sábado, 26 de febrero de 2011

por el camino del agua

Los patos nadan a favor del viento; pequeños veleros que se abren camino en el silencio de esta ciudad donde todo es tan bello que parece casi irreal. A veces toco los árboles para convencerme de que no estoy caminando por los laberintos de un sueño. Este rincón del mundo me ha adoptado a gusto y yo a él. Sigo la ruta de los patos al borde de un canal que hay cerca de casa hasta que los pierdo de vista. El sol refleja las ramas de los árboles en el agua y el viento sacude todas sus sombras. Una botella de plástico se deja arrastrar igual que un náufrago en medio del mar. Del otro lado del canal hay un hotel; una señora con caravanas largas toma un té sentada en la cafetería. Me acerco a la ventana, ella me mira y me sonríe. Le devuelvo el gesto con otra sonrisa y continúo mi camino.
En el muro de una casa antigua leo una frase hecha con letras de metal:
“Wees blij” y mi mente traduce, “sé feliz”.
En una esquina hay una galería, me acerco a la vidriera y miro un cuadro; un pueblo holandés de calles angostas cubierto de nieve y unos niños con un trineo.
“ADRIANUS EVERSEN, 1818-1897 schilder van stads en dorpsgezichten”, leo en un libro de pinturas que está abajo del cuadro.
Continúo mi paseo y antes de cruzar la calle, unos muchachos pasan en bicicleta; uno lleva una corbata roja y una nariz de payaso; también alcanzo a ver el gorro naranja de una joven; parecería que fueran a una fiesta de estudiantes. Al llegar casi a destino, escucho música en vivo; unos rumanos tocan melodías gitanas. Finalmente, entro a un café y se me escapa una sonrisa al ver a Chris sentado en una mesa pagada a la ventana.

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