lunes, 31 de diciembre de 2012

los "requisitos" del cliché


No tengo el cuerpo de una modelo ni sé conducir un auto. Me cuesta cocinar y mantener una conversación al mismo tiempo. Tengo Fe sin religión, confío en un Dios libre de iglesias, y por lo tanto, libre de pecados. Disfruto de un buen libro, como del sabor del café. Escucho a gusto el silencio, como la música clásica y el jazz. Me gusta salir aunque llueva, escuchar al viento detrás de las cortinas, o alimentar a los patos del canal de atrás de casa, o andar en tren con la nariz pegada a la ventanilla y mirar el campo, los diques, las ovejas, y contar cuántos molinos aparecen durante el viaje. Detesto los cohetes de fin de año. No soporto la humedad y vivo en un país húmedo, lluvioso, de inviernos largos con cielos grises. Me encanta el verano, aunque el otoño, el invierno, y la primavera también tienen su encanto. Estoy casada con el hombre que amo. El 8 de octubre del 2012 con 41 años tuve a mi primer hijo. El parto, una de las experiencias más brutales que me tocó vivir; la llegada de mi hijo, lo más grandioso. Él me conecta con esta felicidad de carne y hueso, la que no está maquillada, la que no sale en las seriales de televisión ni se asoma bajo las luces de una vidriera. Mi hijo me recuerda lo esencial cada vez que lo despierto por las mañanas y me sonríe con ojitos dormilones, cada vez que lo levanto y me tiran los puntos del vientre, cada vez que me mira con una ternura como si estuviera agradeciéndome la vida, entonces me derrito, me olvido de las puntadas, se me aparece el arco iris en medio de la niebla. Mi felicidad no cumple con los “requisitos” del cliché pero es auténtica. 

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