viernes, 14 de diciembre de 2012

milagros


XII

El silencio de la nieve cubre la ciudad, los ruidos desaparecen.


XIII

Domingo de mañana. Un sol de invierno entra por las ventanas, una capa de nieve cubre los tejados y las chimeneas de las casas, sólo se escucha el graznido de los cuervos. Fabrizio duerme en su cuna, papá Chris lee las noticias en su ipad acostado en la cama, y yo escribo a mano, como si estuviera tejiendo una bufanda interminable, sentada al lado de las ventanas.

XIV

Mimos, llantos, y más mimos. Hoy es un día en que Fabrizio sólo quiere mimos. Yo le digo que ahora no es como antes, cuando estaba embarazada de él, y andábamos juntos día y noche sin separarnos un sólo segundo. Mientras lo acuno en mis brazos, le como los cachetes a besos, intento explicarle que el mundo es más ancho que el útero de mamá; el mar, el sabor del chocolate, el vértigo de una montaña, la frente pegada contra la ventanilla de un tren, la llegada de una postal, el viento girando molinos, el cuervo sacudiéndose la nieve de las alas, la siesta de los patos bajo el sol; mi hijo tiene un universo por descubrir más allá de mí. Pero todavía es demasiado temprano para entenderlo y el calor de mi pecho es su paraíso perdido.

XV

Qué misteriosa señal se le pasará por su cabecita para indicarle que cada vez que le sonrío puede devolverme la sonrisa y comunicarse conmigo. Ya no es aquella mueca en la cara del principio, cuando los músculos empezaban a entrenarse, sino que Fabrizio toma conciencia de que puede sonreír y ahora también se sonríe con la mirada; algo imposible de enseñar. Otro milagro de la vida que uno se olvida tan rápido, y cuando un hijo nace, te lo recuerda.

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