domingo, 8 de octubre de 2017

rupturas en tiempos y espacios



Las guardaría con mucho cuidado, en este armario de cajones pequeños, las cartas que recibía de su hermano Theo. Puedo imaginármelo escribiendo con la misma pasión con que pintaba sus lienzos. Dicen que tenía un talento natural para escribir, que la correspondencia a su hermano son literatura en su pura esencia. También se escribe en una de sus biografías que al parecer tenía dificultades para dibujar y sólo a base de un gran esfuerzo, lo logró. Diez años de intensa y prolífica creación tuvo Van Gogh. Se abocó a sus frenéticas pinceladas dejándose llevar por esos colores fuertes desde los 27 hasta su último respiro diez años después. Internado en un hospital el dolor de su enfermedad lo superó. Se disparó una bala en el pecho y los últimos cuervos se echaron a volar campo abierto. Un grito que marcó un final en el camino. ¿Pero hubo realmente final? Sus pinceladas superan las sombras anónimas de la muerte hasta el día de hoy. Es imposible escapar al magnetismo de los cuadros de Van Gogh. Las distancias entre sus campos, sus cielos y el espacio contemporáneo se desdibujan. Siento el viento en la cara al atravesar el Boulevard de Clichy en 1887. Estoy al lado del sembrador, cuando el sol se derrite en el horizonte en un atardecer de 1888. Bailo con los árboles y los cielos alborotados del jardín del hospital en 1889. Y aún huelo el Almendro en flor de 1890 cada vez que regreso al museo. Todo está vivo, palpable, cercano de la mano de Van Gogh; la vida y su eterno movimiento.  


2 comentarios:

  1. Es precioso el texto, es mi sueño conocer el Museo de Van Gogh, porque desde que era pequeña me sentía sobrecogida ante su pintura.

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  2. ¡Gracias por seguir estando! Siempre tan presente.
    Quién te dice, quizá te animes a venir un día a visitarme y vamos juntas al museo Van Gogh.
    Abrazo!

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