III
Llueve.
Soy una gota más entre la gente,
los árboles, y el gato que me mira
desde el alféizar de una ventana.
Escucho un mosaico de voces
idiomas diferentes que expresan lo mismo:
un sueño, un deseo, un adiós,
un abrazo debajo de un paraguas.
Pedaleando en la bici
la lluvia tamborilea
en el piló que llevo puesto.
La ciudad y sus geranios mojados,
huelen diferentes
bajo la tarde gris.
Me detengo en un café.
Me siento en una mesa
debajo de un toldo.
Pido un té de jengibre
con una manta
en las rodillas.
Una niña rubia me saluda
sacudiendo
una serpentina azul.
Una mujer me sonríe
con un mar de arrugas
en la cara, y un girasol en la mano.
Dos jóvenes, sentados en una mesa
frente a la mía, huelen una porción
de tarta de manzana, intercambian
unas miradas conmigo, y se sonríen.
Cada uno, a su manera,
me da la bienvenida
en este día lluvioso.
Y me recuerdan
que soy una parte de ellos,
que soy una gota más de lluvia,
y que nunca fui, ni seré, en ninguna parte,
una extranjera.
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