martes, 8 de marzo de 2011

cosecha (I)

Nada de aquel lugar parecía “Made in China”.
La madera era madera, el algodón, algodón, y apenas había objetos de plástico. Aquellos juguetes se veían tan vivos como personas. Si en aquel momento hubiera sonado una samba brasileña, se hubiesen puesto a bailar. Tomé una muñeca de trapo con unas trenzas casi tan largas como sus brazos. Miré sus ojos, y dos botones azules brillaron al instante. Su cuerpo, blando como una esponja, se podía adaptar a cualquier postura.
En eso, se me acercó una mujer de pelo corto y ojos verdes. Tenía el cutis aterciopelado, sin ninguna mancha; apenas unas líneas finitas bordeaban sus ojos como un bordado sutil. Llevaba puesta una cadena de plata con un dije de piedra con forma de luna llena. Esa mujer y su esposo eran los dueños de la juguetería. Me puse a conversar con ella y así me enteré de cómo había nacido aquel lugar.
-Cuando estaba embarazada de mi hija, me costó tanto encontrar juguetes que realmente me gustaran. Las grandes masas de producción me agobiaban; todo me parecía lo mismo -dijo, con un semblante calmo-, entonces, empecé a hacer mis propios juguetes.
-¿Y ese fue el punto de partida de este lugar?
-Así es -respondió, con una sonrisa.
-¿Desde cuándo?
-Desde hace 25 años.
-Guauuu, qué impresionante... -dije, admirada por toda la cosecha que apreciaba a mi alrededor.

Naturalmente, la mujer ya no puede producir sola tantos juguetes pero ella misma viaja a India, África, China, y negocia con pequeñas fábricas donde las condiciones de trabajo son mucho más saludables que las de las grandes fábricas, donde no se explotan niños, y a su vez, los juguetes se producen con la mayor cantidad posible de materiales ecológicos.

-En China también hay pequeñas empresas que producen juguetes de excelente calidad, y que no tienen nada que ver con la mega producción de la China que nos bombardea con sus baratijas en cada esquina -dijo, sorprendiéndome una vez más.

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