martes, 29 de marzo de 2011

diario I

Hoy de mañana, acostada sobre una manta en el suelo, en frente a la ventana del dormitorio, recibía el sol en la cara como la caricia de algo lejano y entrañable a la vez. Una luz amarilla con manchas blancas se filtraba por las cortinas y se expandía por todas partes. Aún con los ojos cerrados, podía sentir su potencia; era como un líquido tibio que se derretía sobre mí. No quedaba ningún rastro de la noche anterior. Mis manos, apoyadas sobre mi vientre, también irradiaban calor. Sonreí, todavía sin abrir los ojos pero despierta; preferí mantenerme unos minutos así. Vacía de mis propias obsesiones y llena de un cálido silencio, sentí:

“Me merezco estar aquí. En paz conmigo, en paz con Dios, y con todos”.

Gracias.

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