lunes, 21 de marzo de 2011

cosecha (II)

-Necesito un juguete para mi hijo -dijo el hombre y se ajustó aún más la corbata-, tiene tantos que ya no se entretiene con ninguno.
La dueña de la juguetería me contaba aquella historia con un brillo en la mirada, como si todo estuviera sucediendo una vez más.
-Viajo por el mundo constantemente y ya no sé qué traerle -dijo el cliente y se secó las manos con un pañuelo de seda azul.
-Disculpe señor, ¿podría hacerle una pregunta?
-Por supuesto -respondió el hombre con amabilidad, dobló el pañuelo procurando que las cuatro puntas coincidieran con exactitud, y se lo guardó en el bolsillo derecho.
-¿Qué edad tiene su Hijo?
-Nueve meses.
-¿Nueve meses?
-Así es.
-¿Y ya se aburre de los juguetes?
-Sí, con su madre no sabemos qué hacer -dijo, y tocó unas mariposas de tul que colgaban de un móvil-; le llenamos el corral cada día con juguetes diferentes pero no hay caso, se pone a llorar y no para hasta que lo upamos.
La mujer se quedó desconcertada. Un niño que aún no había cumplido el año, ya se desinteresaba por el mundo...
-Mire, señor, su hijo tiene demasiadas cosas -se atrevió a decirle-, y ese es su mayor problema.
El hombre se quedó mudo, casi sin respirar.
-Yo no puedo venderle absolutamente nada -prosiguió la mujer-, si no, su hijo se va a enfermar.
Al cliente se le transformó la cara, parecía que hubiera envejecido de golpe. Sus gestos se contrajeron, encorvó los hombros, y se mordió el labio inferior por no decir algunas cosas. La mujer le arrimó una silla y una taza de té.
-Sírvase, por favor -le dijo-, no me tome a mal, escúcheme sólo un momento.
El hombre se sentó y tomó el té con una expresión en los ojos más suave, como si de golpe un toque de luz cayera sobre un ramo de uvas oscuras.
-La verdad es que me dejó...-dijo, repentinamente.
-¿Me acepta una sugerencia?
-Sí, claro.
-Vacíele el corral a su hijo y quédese un buen rato con él; háblele con tranquilidad, hágale algún mimo y cuando sienta que esté bien sereno, póngale un juguete y no más. Así podrá concentrar su atención en una cosa a la vez.
-Y de esta manera, ¿cree que recuperará el interés por lo que tiene?
-Esa es la idea. Usted tiene que ayudarlo a redescubrir su mundo con serenidad.
El cliente se quedó reflexionando en silencio, y antes de despedirse dijo que iba a pensar en lo que la mujer le había dicho.
Al mes siguiente volvió emocionado y le agradeció por lo que había hecho por su hijo.

Mientras la dueña de la juguetería me contaba esta historia, se me llenaron los ojos de lágrimas un par de veces. Por un momento, me identifiqué con aquel bebé; mi mente estaba llena de cosas que me apabullaban y no sabía cuál atender primero. No se trataban solamente de proyectos enriquecedores y atractivos; también me habían sobrepasado viejos fantasmas del pasado, miedos, prejuicios y pensamientos obsoletos, experiencias duras resueltas a medias, cosas que ya no podía modificar, que no me aportaban nada y me lastimaban sólo de cargarlas en la mente. Entonces, empecé a vaciarme una vez más de lo innecesario, empecé a soltar hojas secas, a desprenderme de lo que en el presente ya no me concierne. Y en medio de este proceso me reencuentro con un espacio interior que me permite transformar viejas actitudes que no me favorecen, que me da la oportunidad de suavizar viejas manías que molestan, descartando ideas fijas y pensamientos obsesivos. Y de repente me acuerdo que con una amiga uruguaya siempre nos decíamos: Envejecer es inevitable pero crecer interiormente es una opción de vida; la única que nos mantiene jóvenes de espíritu.

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