viernes, 7 de septiembre de 2012

noche de agua, luna, y limón


El niño no quiere o no puede dormir. Sus pies trepan mis costillas, me levanto de la cama, camino descalza para no despertar a nadie, me sirvo un vaso de agua y limón, me tiendo en el sofá frente a la ventana. La luna redondea cielos con su blancura, las nubes se ensanchan, el niño se mueve, no quiere ni deja dormir. 
Hay noches que son así; partidas por la mitad, y me pongo a escribir. Ocho meses atrás, la primera señal fue la ausencia de sangre y unas fuertes puntadas en los pezones que parecían gritar: “En este cuerpo hay vida nueva”. Seguí viviendo mi cotidianidad, algunos días con más paciencia que otros, mientras el vientre se iba ensanchando, los órganos se corrían de lugar para dejarle espacio a la placenta, tierra fértil desbordada de semillas. En cada ecografía los latidos del corazón se escuchaban con tanta claridad que no había dudas, una vida paralela a la mía se estaba gestando dentro de mí, silenciosa, al ritmo de la naturaleza, al ritmo del gran creador, más allá de toda voluntad o control humano. El cuerpo empezó a transformarse, me sentí a su servicio, me hice vasija de barro llena de agua, llena de flores, y el tomar conciencia de que empezaba a ser un canal de vida, una huella en el camino por delante de mi sombra, me dio la alegría, me dio la certeza de la continuidad del tiempo. Nada empieza ni se acaba con la silueta de mi ego empecinado, hay algo esencial que me trasciende, que me supera. El niño siguió creciendo, alimentándose de mí, un día le vi la cara, las manos, los pies diminutos en una pantalla en blanco y negro. Otro día descubrí sus primeros movimientos; olas sutiles que se desplazaban en la placenta y me hacían cosquillas. 
El cuerpo continuó este viaje sin vuelta atrás. Empecé a sentirme más pesada, más redonda luna llena cavando cielos. Los pies se me hinchan con las tardes húmedas de verano, el calor me exige respirar hondo, ya no camino ni tan rápido ni tan ligero, me cuesta dormir, me duelen las articulaciones de las manos y las rodillas, el niño crece y ocupa su lugar; ya no sólo se mueve con la sutileza de un caballito de mar, y los músculos del vientre se me estiran como un elástico, y la panza toma distintas formas, como si fuera de arcilla, formas que duelen y al mismo tiempo me fascinan. El niño redondea su columna igual que el lomo de un gato; lo veo cómo empuja el vientre desafiando los límites de mi piel. ¿Ya querrá nacer? Un día me di cuenta de que me había quedado sin ombligo. La panza se me estiró tanto como la lonja de un tambor, y mi cutis se volvió más terso, despojado de arrugas, transmite una luz que mi marido percibe con admiración. “Estás hermosa”, me dice con suavidad, y yo me siento a punto de soltar la vida en un vuelo de pájaros, respiro profundo, miro la luna dando vuelta la noche, amanece otro día, prometedor de una larga siesta, la necesito para recuperar fuerzas, y el niño que no deja de moverse, se apronta, quiere salir, zambullirse de pleno, despedirse de mi cuerpo-nido que todavía lo siente latir. Mis emociones suben y bajan montañas, a veces me siento en medio de un temblor de tierra, el proceso se acelera, el parto está al llegar, siento miedo, incertidumbre, alegría, conmoción. Por momentos vuelvo a la calma, aterrizo en la certeza de que ya nada será como antes, de que esta metamorfosis me dejará sus huellas; “seré otra”, tendré que aprender a reconocerme, mi esencia traspasará fronteras, mi hijo se hará un lugar con su cuerpo, su alma y su sombra. Aprenderé a crecer a su lado, pediré guía y ayuda al gran creador que lo gestó dentro de mí porque no sé cómo hacerlo, tendré que descubrirlo sobre la marcha. 
Suelto letras bajo el silencio de la noche, y el niño se tranquiliza, ya no trepa mis costillas. Bajo la luz de la luna me reafirmo en la única certeza que tengo; ya nada será como antes, di un paso hacia una tierra sin retornos, una pieza del corazón se me corrió de lugar, y esto me inspira a crecer y me asusta, me motiva, me da miedo, y paradójicamente me conecta con una nueva fuerza, una nueva confianza interior que percibo desde el primer día del embarazo. 
La respiración se vuelve más profunda, la vida, más intensa, y el horizonte aún más ancho que el alcance de mi mirada. 

6 comentarios:

  1. Que hermoso Ale! Me emocioné mucho! Gracias por compartir!

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  2. Gracias amigas por estar presentes. También en el blog!

    Un gran abrazo desde esta mañana soleada

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  3. Aprovecho para agradecer todos los comentarios de amigos queridos que me llegaron vía e mail.

    GRACIAS por estar!!!

    Besos

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  4. Ale, muy hermosa y emocionante descripción de esa vida paralela que con tanto amor se desarrolla en ti.

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