domingo, 7 de agosto de 2016

De la noche y sus misterios


I.
Es la noche la que se hace poesía en mis dedos.

II.
Son los fantasmas amordazados los que me permiten respirar. 


III. 
La noche hilvana silencios que abrazan a la luna en medio de la incertidumbre. 

IV.
Escribo y confieso mis tropiezos. Ya no tengo pudor de desnudar mis flaquezas. A veces caigo en el vacío de los días cuando me aparto de lo bello, cuando me pierdo en quejas o banalidades, cuando me olvido de agradecer y me hundo en el cansancio cotidiano o en el dolor pasajero de la espalda. 
La poesía sopla en mis pulmones y me rescata. Me inspira a agradecer otra vez los días con sus noches, el aire impregnado de jazmines, los grillos en medio de la oscuridad, el camino que se abre con la mirada de mi hijo. 

V.
Hay una voz que empieza a nacer y me nutre de una nueva identidad. La que resuena en la mirada de quien me escucha, la que recibe las voces de los otros sin diluirse, sin camuflarse, sin dejarse llevar por emociones ajenas. Una voz que se afianza sin tapujos ni ornamentos, ni deseos de complacer a nadie, una voz liberándose del viejo yo, enjaulado por el miedo.

VI.
No es que haya desaparecido. No es que haya emigrado de mí. El miedo es una raíz que a veces se manifiesta con sutileza y persiste en seguir ganando terreno. Es esa presencia dueña de la oscuridad que insiste en devorarse cada gota de luz que se abre en el camino. Pero ya no le entrego mi confianza, ni poderes ilusorios sobre mí. Atravieso la noche descalza, de la mano de los ángeles, entregándome a un nuevo amanecer con una Orquídea blanca en el pelo.  

VII. 
Son las estrellas de la noche las que escuchan lo que queda a medio camino entre lo que digo y lo que soy, entre lo que siento y lo que pienso, entre lo que escucho y dejo ver de mí.  


VIII.
Cuando cae la noche repaso los hechos del día: ¿En qué lugar me tropecé esta vez con mi obstinación? ¿Detrás de quién me perdí por un instante? ¿En qué momento regresé de los bosques más oscuros?¿Cuándo me tocó el ángel de la inspiración con sus flores amarillas? ¿Qué resonancias rescato de los otros? ¿Quién me devolvió con su mirada lo mejor de mí? ¿Qué sabor aún conserva la memoria? ¿Qué color persiste en la retina del ojo? ¿Y la piel? ¿Qué huellas siente todavía? 


IX.
Limpiando cenizas de lo que fui, empiezo a descubrir quién soy. Aprendo a caminar de nuevo sobre huesos que van tomando otras formas. Y nace una mirada que se detiene en las hojas que aún vibran en el árbol. En lugar de padecer por las que se cayeron a sus pies. 

X.
Me derrumbé tantas veces del orgullo propio. Renací de mis despojos en tantos intentos fallidos, y ahora, aprendiendo a ser quién soy en donde me toca estar, intento bailar con el viento sin pretender otra realidad. Aunque a veces, todavía, insisto en que se haga mi empecinada voluntad. Pero ningún poder tiene mi voluntad frente a la fuerza de las leyes cósmicas. Frente a ellas, no tengo nada qué decir. En los breves instantes en que lo asumo, el miedo se desvanece, una manta de agua tibia me sostiene en la oscuridad, me entrego a la noche y descanso. Amanezco y descubro una fortaleza nueva que se va haciendo carne y piel; fuerza modesta y sorprendente; es la única que se atreve a desnudar mi humanidad. 

XI. Un gesto, una mirada, un tono en la voz que pueda cambiar, suavizar, mejorar, una actitud ante lo que sucede, como un nuevo calzado que se amolda mejor al pie. La lupa sobre los crisantemos rojos del zócalo de la ventana en lugar de divagar por el caos de la cocina. Una mirada sobre las cosas que se van haciendo al ritmo que marca la vida, sin detenerme a pensar en lo que aún no he podido hacer. 

XII. El mundo de mi hijo, a base de bloques de madera y ladrillos de Lego, se va construyendo a una velocidad vertiginosa. Es el descubrir de un niño que no le teme al crecimiento, ni carga con las sombras de la muerte. Es la libertad de ser plenamente en donde se está. 

XIII. Festividad de la cosecha. Los barcos llenos de flores atravesaron el gran canal que está cerca de casa. Esta fue la ofrenda de hoy. Antes de que cayera la dulce noche. Noche de viento y nubes alborotadas que no saben muy bien hacia dónde van ni hacia dónde vamos. 








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