jueves, 14 de abril de 2011

diario IV

Ayer de noche, cuando llegué a casa, revisé el correo electrónico y tenía varios mensajes. El primero que leí fue el de mi amiga Loli. Se trataba de una información sobre viejos y nuevos paradigmas de nuestra cultura occidental en relación a la muerte. Después de leer, me invadió la tranquilidad de un día de verano haciendo la plancha en el mar, y dejé los demás mensajes para otro momento. Apagué la computadora y me hice un té con miel. "Esto es lo que necesitaba para profundizar en algunos puntos de mi nueva novela que está ahí, a punto de parirse", me dijo con suavidad una voz interna, mientras me sentaba en el sofá. "Es lo que me hacía falta para desprenderme de mis viejos hábitos, como la evasión, el control, el miedo paranoico, por recordar sólo algunos. Ellos me ayudaron en su momento a sobrevivir experiencias duras y se los agradezco. Ahora me siento preparada para descubrir nuevas formas de proceder en el día a día. Estoy pronta para recibir una nueva vida y el amor incondicional de “un nuevo” Dios", me susurraba al oído esa voz interior tan frágil y fuerte a la vez, mientras tomaba el té mirando por la ventana los faroles que iluminaban el parque como faros en el mar. Ahí tomé conciencia de que siempre le había tenido miedo a la muerte porque aún le tenía miedo a la vida, y en ese instante accedí a otro nivel de comprensión de las cosas. No sentí más miedo. De repente, oí un ruido en casa y por primera vez en mis 39 años no me sobresalté. Es sólo un ruido y nada más, sentí con claridad. "Y si... y si llegaran a ser ladrones"... -me dijo la vieja voz del pasado. Pero mi nueva voz le respondió: "Lo veremos en su momento; ahora, no hay nada que temer". Terminé el té y me fui a dormir.

Chris se despertó de madrugada, tenía que viajar a Austria por trabajo. “Adiós, amor” -me dijo, y su voz me llegó como una caricia tibia en la mejilla. Con los ojos entreabiertos le sonreí, aún medio dormida, y dije: “Adiós... te quiero”. Me dormí otra vez una hora más.
Cuando desperté, ya había amanecido. Desayuné con una nueva sensación; la de estar aquí y la de no querer fugarme hacia ningún otro tiempo ni lugar. Me sentí tan a gusto que quise aferrarme, una vez más, a ese nuevo estado de plenitud. Pero lo dejé fluir aceptando que no sé lo que sucederá, un segundo después.

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