jueves, 21 de abril de 2011

diario V

Salí a caminar. El cuerpo se desentumece en cuanto entro en movimiento; las articulaciones se aceitan, los músculos respiran, la piel disfruta de las caricias de la brisa, la cabeza se distiende. El tiempo se eterniza, se desplaza como agua silenciosa y me transforma sutilmente; no hay nada que lo quiebre, ningún pensamiento me roba energía devolviéndome hacia el pasado ni intenta llevarme hacia el futuro. Caminar es para mí como ir a la iglesia para un cristiano. Algo que me rescata de mis obsesiones, me libera y me trasciende. Hoy de mañana me perdí entre los bosques y los lagos hasta que encontré un lugar para meditar. Al cerrar los ojos, me envolvió un concierto de pájaros impresionante. Sus voces sonaban con una fuerza admirable. Al cabo de un par de horas, antes de ponerme a trabajar, almorcé en un café al aire libre. Muchas madres tomaban sol mientras sus hijos jugaban en un gran arenero. Una niña tenía la cara pintada de ratón y correteaba por debajo de las mesas. Le sonreí y ella corrió hasta mí con las manos cerradas. Traía un puñado de arena y me lo mostró como su gran tesoro.

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